ANECDOTARIO.
POR JAVIER ROSALES ORTIZ.
Si ella estuviera aquí, pasada de peso, sonriente, aunque en su silla de
ruedas, seguro estoy que le daría mucho gusto que su político y
gobernador preferido camine incansable para buscar y llegar a una
cámara en la que mucho puede hacer para mejorar el campo más
delicado, que es la salud.
Hago historia, porque no. Fue un día de mi cumpleaños, el 14 de
Septiembre, cuando recibí una llamada vía celular. Era una voz
masculina que me empezó a cantar Las Mañanitas y cuando concluyó
vinieron los aplausos en grupo. “Gracias”, les dije con voz seca, casi
apagada. ¿Dónde están los mariachis, Javier?. “No, mi mamá Eulogia
Ortiz, está muy delicada aquí en el ISSSTE”, le contesté.
Enmudeció y me dijo que íbamos a estar en contacto.
Y fue así, una persona muy cercana al entonces gobernador de
Tamaulipas lo hizo y le informé que mi mamá parecía tener cáncer de
páncreas, algo mortal y entré en más detalles, como que la tenía que
trasladar a Monterrey, como último recurso, porque aquí, en Ciudad
Victoria, ya la habían desahuciado, luego que pasó por las manos de
docenas de médicos expertos en la materia.
Y así fue, junto con mis hermanos partí hacia la Sultana, donde los
gastos fueron cuantiosos y la respuesta del gobernador, no se hizo
esperar.
Estudios médicos que se hicieron aquí fueron desechados y vinieron los
nuevos por parte de un galeno del ISSSTE Nuevo León, quién a final
de cuentas la sometió a una rápida operación, luego de una jornada de
dos meses de fatiga. Una bolita, del tamaño de una canica, fue retirada
del cuerpo de mamá y regresó a la vida, más contenta, más activa y
muy agradecida porque sabía lo que el gobernante tamaulipeco hizo
por ella y por nuestra familia. Aquí, se habían equivocado con el
diagnóstico.
Aunque suene como un caso muy personal, callado no me podía
quedar, porque mi madre nos duro catorce años más, un regalo de
arriba y de aquí abajo, también, porque hombre generosos, bien
intencionados y que adoran a sus paisanos no se pueden quedar
quietos, cuando ven el dolor ajeno.
Mi mamá ya no está aquí, se fue hace escasos años, pero no puedo
borrar de la mente que seguido y con total respeto se llenaba la boca
con el nombre de Eugenio Hernández Flores, a quién calificaba como
“Su Güero”, un personaje al que no conoció personalmente, pero aun
se encuentran entre sus pertenencias la fotografía de él, aquella que

acariciaba, sobaba con sus manitas con artritis, muy agradecida por
haber contribuido a que retirara de su vocabulario la palabra
“desahuciada”.
Y mi padre, Javier Rosales Lugo, nunca ignoró lo que paso, esos
momentos muy dolorosos que nos pone la vida en el camino y que sin
ayuda es más difícil, enfrentar.
Mi madre, además de mi padre, tuvo dos amores más en 83 años de
vida: Vicente Fernández, el cantante, y Eugenio, dos valores que le
dieron sentido a permanecer aquí, hasta que ya no se pudo.
Identificados con Geño, mis padres siempre se declararon priístas y día
con día estaban al tanto del camino que tomo en los diferentes puestos
políticos ese Güero, que regreso la alegría a la familia Rosales.
Escribo, esto, porque Eugenio, antes y ahora, siempre ha tenido un
contacto exacto con los hombres y mujeres de Tamaulipas de la tercera
edad, esos seres que tanto necesitan a la familia y de vez en cuando la
mano de un buen amigo.
De ese tamaño sigue siendo Geño, un personaje carismático y
bonachón que con su imponente presencia se sacude los abrojos que
seguido se cruzan en su camino. Los esquiva con facilidad.
Sí, va por el verde, pero Eugenio ya no está verde, por el contrario
sobrevivió a una malsana y arbitraria experiencia, que ahora lo ha
convertido en una persona completa, que mucho conviene a
Tamaulipas.
Estoy, seguro, que desde arriba mis padres te hacen llegar sus
bendiciones.
Y aquí, abajo, Los Rosales, te agradecen siempre de mano.
Tus invaluables, deferencias.
Animo y, suerte.
Correo electrónico: técnico.lobo [email protected]