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“Donde están los paisajistas en esta tierra
maravillas”, Pedro Sans Sainz.

Por: Alejandro Rosales Lugo
En el espejo trasparente de la sierra donde se
adivinan las luces de la mañana fundidas por los
rayos del sol.


Desde las cejas del Cerro Bola, asoman sus voces
Los Flamarique, y se cuelga la ciudad en una
pantalla de lo inesperado en un boceto travieso de
las nubes y los aleatorios cañones que respiran los
pulmones de la ciudad.
Ha caído el baño de los arboles con los frutales, de
mangos, ciruelas, anonas, guayabas, naranjas y
tunas, airosos en las bocas de los niños y en los
labios de las adolescentes que beben el jugo de
colores que la tierra brinda.

Se ama a esta ciudad por sus guardianes de
montañas que asombran a las tardes y la finura de
sus cerros dibujados por la luna.
El Cerro Bola es un bosque de pequeñas aventuras
donde la familia Flamarique ha levantado los pies
de su corazón y el viento fresco de la madrugada y
el paisaje de película de una ciudad que nace
distinta todos los días.


Hoy, que Altas Cumbres, a unos pasos de Ciudad
Victoria, se convierte en un mirador de vida y la
elocuencia bucólica, pensemos en el turismo de
paisaje, en museos de sitio para la mirada y el goce
del cuerpo, relajamiento y avistamiento de nuevos
sueños como sintieron nuestros ancestros, Pisones,
Comecrudos, Janambres, Pames y Maratines.
Un recorrido visual encontramos la geografía
estelar de este paisaje de lo verde, entre cactáceas
y flores de chocha, en los aullidos de los perros y el
bramido de los osos que saltan en la campiña.

El paisaje de los pájaros de colores, el canto del
Chincho, la Primavera, la Calandria, y la volada de
palomas en las nubes que juegan a ojos
tempraneros. Por el Camino Rojo, los andarines y
ciclistas ascienden y descienden del sueño, la tierra
roja se endurece y se empolva al vaivén de los
chaparros y las crestas airosas de las cactáceas y los
florines de los árboles por todos los linderos en las
cejas pobladas de nubes y cantaros de agua que
espejean a la montaña. Cruceros de pájaros,
urracas parlachinas, de aguilillas y gavilanes,
bramidos de pumas y aullidos de coyotes en la paz
al atardecer cuando las candilejas se hacen aretes y
la luna asoma en la pestaña alta de la Sierra Madre
tamaulipeca, hay vivos colores y piedras dormidas,
contrastes escultóricos de miles de años ahora en
nuestras manos y en los ojos. Es la sierra
empalmada a pasos de dinosaurios, caracoles
incrustados, pedernales, aerolitos, entre pumas
norteños, cinchos y cotorras, algarabía de la tarde
noche que parpadea.

Montaña azul, el paisaje de mar al nivel de la
mirada, un mar azul que cae del cielo, geografía de
los contrastes, de la humedad y la frescura de la
mañana en los pies de los andantes, bellas mujeres,
niños y niñas suspendidos ante el aire, dibujados
por los ojos guardianes de sus padres.
Es un turismo elástico, de muchas entradas y salidas
desde el viejo camino a Tula, la antigua Carretera
Nacional a México, entronque desde las alturas con
la Carretera Rumbo Nuevo, el Ejido Joya Verde, y el
Huisachal con la historia del Obispo Camacho, y la
vieja hacienda en ruinas que desnuda, muestra su
orgullo campirano.
Vivimos el paisaje no descubierto para nuestra
salud. Los inversionistas de Tamaulipas han dado
palos de ciego sobre esta cadena maravillosa que
comienza desde la salida de la Carretera Rumbo
Nuevo hasta la muralla rocosa y esplendida de
cañones esculpidos por el sol y la lluvia en el

emplumado corredor verde de cactáceas y la flora
enamorada de las anacahuitas.
Es tiempo de arrimarnos al pasaje por la alegría y
color, en el agua de Jaumave, en las Gorditas de
Don Pedro, los ungüentos maravillosos de Don
Casimiro en San Juanito. Llegar puntual a Tula,
Pueblo Mágico, acercarse a Palmillas y llegar a
Bustamante n los caminos de plata. Miquihuana a la
vista, los solares trazados por la mirada de los
tiempos.
Nuestro Maestro, Pedro Sans Sainz, querido e
inolvidable, refugiado español, se preguntaba;
“Donde están los pintores del paisaje, en esta tierra
de maravillas”.
Era verdad, el paisaje que duerme en la montaña
abierto y con la cara al sol, al parpado de las nubes
y la neblina que guarda los secretos del amor en los
días de lluvia.

“Es un descubrimiento por descubrir”, valga la
redundancia. El paisaje es un valor olvidado en la
entraña de nuestras montañas, desde San Carlos a
Burgos, de Crucillas a San Nicolás, de Palmillas a
Bustamante, Tula y Miquihuana, Llera, Ocampo,
González y su Cenote, el fabuloso Cielo de Gómez
Farías. El paisaje es gruta de agua de montaña, de
piedra a piedra en San Nicolás, mezcal de San Carlos
y las pestañas frutales de Ciudad Victoria.
Paisaje inédito y cercano. Veta de oro no
escarbada, vestigios de nuestros ancestros y la
vitalidad del alma espejo de frente, la extraordinaria
Sierra Madre.
Buen tiempo para las aguas que descubren este
paisaje, como sitio turístico del Centro de
Tamaulipas. Mirar el futuro con los ojos del
presente. La tierra es rica por sus costumbres, la
salud, el respiro del alma y el corazón en su
culinaria, hay que mirar el presente con ojos de
futuro. Toda esta área requiere de una caseta de

vigilancia permanente, señalética adecuada, un
circuito escultórico. Seguridad para disfrutar las
emociones de la Tierra Roja en los barandales de la
Sierra Madre.
Un futuro presente para todos, el disfrute de la
gastronomía rural, y los esplendidos helados de Tula
y las Gorditas de Don Pedro a puro chile piquin en
Jaumave, el maguey dulce y el delicado dibujo de
las piedras de San Nicolás. Es tiempo de nosotros,
los de ahora que abrimos los ojos a la vida y al
recreo de una mirada por la tierra fértil y generosa
donde se levantan cada mañana los conciertos de
los pájaros a rayos del sol, que transforman el
paisaje y la existencia. Es la hora de mirar a
Tamaulipas con ojos de futuro.