ANECDOTARIO…

POR: JAVIER ROSALES ORTIZ.-

 

Tan solo una lágrima, lo dice todo.

Más aun cuando esa gota la arranca una maestra que ya no está entre nosotros y que sorpresivamente fue llamada por quien manda arriba y la quería a su lado.

Hablo de una mujer que además de sus cualidades como ser humano aportó gran parte de su vida para darle forma al cuerpo de un magisterio tamaulipeco que siempre amo.

Como persona su sencillez, su alegría, su dinamismo y su apego religioso producía hasta asombro, pero su cualidad más envidiable era lo bondadosa, una característica que a más de diez les arrancó numerosas lágrimas.

Era, una persona que atraía, que hacia química de inmediato con quien se le colocaba enfrente, por ejemplo su jardinero, su recolector de basura y, su empleada doméstica, quien ante su féretro no podía ocultar su dolor por haber perdido a una verdadera amiga.

Era, también, el pilar de un grupo de maestras que denominó “Las chicas lote” – de lotería- que se reunían cada jueves en su casa, pero antes hacían juntas oraciones para quienes la vida les jugaba un mal momento que era necesario superar.

Como madre le hizo honor al justo valor que le asiste a cada una de las cinco letras de esa sagrada palabra y se sentía orgullosa porque cumplió, porque colaboró para que su familia sea grande y cariñosa y porque sus sueños se concretaron antes de que nuestro Señor la tomara de la mano.

Su nombre era María del Jesús Guerra Montalvo, de 60 años de edad, un nombre que circula con dolor, pero también con orgullo, de boca en boca, porque perdió una batalla que toco su puerta y a patadas la abrió, sin pedir permiso.

En lo profesional se coronó con una maestría y una serie de estudios educativos, porque su prioridad, su primor, su fuerza eran los niños, esos que sentados desde el pupitre la miraron con cariño y se empapaban con las certeras palabras que regalaba por su colorada boca. Hoy, esos pequeños son hombres y mujeres hechos y derechos que aun recuerdan su bella e inigualable imagen.

Así era su vida y la dejo correr entre libros, hojas, lápices y después  entre modernos ordenadores que le permitieron aportar un granote de arena a eso que se le conoce como una titánica labor educativa de la que bien en este momento Tamaulipas, puede presumir.

 

Ella llego a la jubilación pero su amor por la educación no paso a formar parte del recuerdo porque se seguía ilustrando y, de paso le seguía extendiendo la mano a todo aquel que gritaba: “Auxilio”.

Ya no está aquí y eso duele, más a su esposo, Gerardo Morales Catalán, a sus hijos Rocío Cristina y Gerardo, a sus hermanas y hermanos Margarita, Maria Andrea, Muñeca, Leoncio y César, y a sus adorables nietos.

Y cómo no agradecer el apoyo y la presencia de figuras como Blanca Valles Rodríguez, Enrique Meléndez Pérez y Hermenegildo García Walle, así como una infinidad de maestros en los actos funerarios que partieron el corazón.

Y además a su amiga, casi su hermana, la maestra Esperanza Guerra González, y a Blanca, Laura, ildelisa, Lucy, Diana, Tere y muchas otras más que figuran en una lista interminable.

Lo dijo su hermano César Guerra Montalvo, Director General del Cobat, en el funeral.

“Marichu vivió a su buen modo y se realizó como mujer y como maestra”. Por eso.

Misión cumplida, Marichu.

En paz descanse.

 

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