Así lo es…

Por: Grecia Desirée Díaz Chagoya.-

 

Debo empezar diciendo que lamento una serie de cosas, inclusive podría decir que es una serie de eventos bastante desafortunados: no haber llegado a esta novela antes, dudar de su magnificencia y no haberla comprado cuando tuve la oportunidad.

La novela es de Tomás Eloy Martínez, un escritor argentino del cual nunca había escuchado en mi vida, pero que prontamente –posiblemente desde el primer párrafo–, me demostró que tiene una pluma ágil y maravillosa, capaz de atrapar a cualquiera; al menos conmigo lo logró. También dejé de dudar de la calidad de la obra cuando descubrí que en la portada decía que había ganado el Premio Alfaguara en el año 2002. Suelo no dudar de lo buenos que son los títulos premiados por la editorial Alfaguara porque mi mamá, una apasionada de la lectura, suele comprarlos y recomendarme absolutamente todo lo que ha salido de esa editorial. Además, a mí los libros siempre me cautivan primero por los ojos y Alfaguara no suele defraudarme por sus portadas ni por el buen olor que tienen las hojas de sus libros.

La trama se desarrolla en Argentina y cuenta la historia de Camargo, un hombre de más de sesenta años que es dueño de un periódico. Parece ser que a él los acontecimientos de su vida lo fueron haciendo cada vez más difícil de tratar. Tiene un carácter duro, fuerte; pero conforme la historia avanza, uno va descubriendo un poco más de él y entiende que, en el fondo, su pasado, su padre y la relación inconclusa que tuvo con su madre son situaciones que no lo abandonan en ningún día de su vida. Le inundan las horas, los minutos y el pensamiento; situación que lo pone frágil, vulnerable. Sin embargo, para dirigir un periódico de renombre en Argentina, debe mantener ese porte de macho fuerte e invencible.

Camargo se entretiene espiando a su vecina por medio de un telescopio. Tiene muy bien medidas las horas en las que llega a casa, también mide la forma sensual y lenta en la que se desviste al llegar a casa. Le parece un ser fascinante, le atrae, pero él mismo se descubre cuestionando el porqué de ello; sabe que de ver a esa mujer pasar por la calle, no le dedicaría siquiera una mirada de reojo. Pero debe existir cierta adrenalina en la acción, y la adrenalina es excitante para cualquiera. Con el paso del tiempo se decide a saber más de ella, tal vez todo. Se propone a entrar a su casa, revisar entre sus pertenencias, revolver cajones, ver y oler su ropa interior; pero lo que más desea es descubrir si tiene un amante.

A primera vista, parecería que comete tales acciones porque es un hombre de la tercera edad que está solo. Uno ni siquiera intuye que sea viudo o tenga hijos, pero después es toda una sorpresa saber que en realidad sí está casado y tiene hijas. Su esposa, Brenda, es un ser al cual aprecia, pero que no le mueve ni un músculo del cuerpo, y mucho menos le revuelve el pensamiento. Sabe que se casó por la idea que tenía de ella y por el amor, que gradualmente se fue desvaneciendo. Ahora, conforme ha avanzado el tiempo, la más mínima palabra o acción que pueda cometer Brenda lo desquicia. La monotonía es un ser latente, es pesado de llevar, pero es aún más complicado desprenderlo.

Tal vez lo más apasionante de la vida de nuestro personaje principal es su trabajo. Llegó a él por la búsqueda insaciable de encontrar a su madre, pero, además, es algo que le ha costado un sinfín de esfuerzos y, como era de esperarse, tuvo que subir peldaño por peldaño, al paso que el mismo trabajo le exigiese.

Un día decide llegar temprano a las oficinas de su periódico, y no para de darle vueltas en la cabeza una pregunta: ¿por qué las personas que trabajan para mí no escriben con pasión, con entraña? El oficio periodístico es un medio fascinante que no solo te permite comunicar: te permite conectar. Así como uno es la ciudad en donde habita y en donde anda, uno también se transforma en lo que escribe. “Soy como escribo, soy lo que escribo”. A él le interesa que las personas que trabajan para él le digan con sus textos no el cómo o el porqué, sino que escriban pensando en lo que conecta con ellos, para que al texto no le falte pasión, emoción; para que no sea hueco, cóncavo.

A propósito, debo detenerme a decir que conseguir que la pasión del texto conecte con los lectores es probablemente lo más importante, y lo más complicado a la hora de escribir. ¿Qué tengo que hacer para ser totalmente entendible? La respuesta está en hablar con la verdad y con todo eso que remueve los sentimientos que uno trae dentro, que al final se imprimen en esa hoja de papel. Posiblemente por esto es que tiene interés en una nueva periodista que ahora trabaja para él: Reina. Una mujer de treinta años que llamó su atención por una nota que escribió de un famoso actor que recién falleció. Ella tiene algo que el resto de los periodistas no tiene: procura ser minuciosa para escribir y no le falta sentimiento. Muy probablemente emprende una relación con ella porque le recuerda a sí mismo, pero eso queda a la interpretación de cada quien.

La novela es una pasión desbordante tras otra. Está llena de emoción por las notas y las respuestas que se deben conseguir para las publicaciones del periódico de Camargo. Además, es un plot twist constante e intenso donde no sabes qué hará o dejará de hacer su personaje principal. Es la obra indicada para tomarte el tiempo de pensar en las pasiones, en la palabra escrita; es ideal para pensar en la vocación y devoción que cada uno tiene con su trabajo.