Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
La mejor época del año en Ciudad Victoria es sin duda el otoño, con noches frescas y
mañanas frías, un paisaje verde y una soberbia Sierra Madre poblada de aves que bajan a
la ciudad para alegrar los amaneceres. La capital tamaulipeca es como las personas que
son bellas por naturaleza y aunque estén descuidadas siguen hechizando a quienes las
ven. Así, Victoria puede tener todos los problemas urbanos que vivimos día a día, pero su
belleza es permanente.
Aprovechando el clima, mis alumnos universitarios de la licenciatura en Historia y
Gestión del Patrimonio Cultural y algunos de sus maestros tenemos por costumbre recorrer
cada año algunos espacios históricos de la ciudad que son emblemáticos para los
victorenses. Este septiembre caminamos la ex hacienda de Tamatán y una parte del
Camino Real a Tula, sitio fundacional de la otrora Villa de Aguayo y una semana después
nos fuimos de día de campo a la mítica piedra del lagarto en La Peñita, manantial que fue
el primer abastecimiento de agua potable para la ciudad y que durante muchas décadas
fue el único, de ahí la frase acuñada por los victorense que decía: “El que bebe agua de la
Peñita se queda a vivir en Victoria” y algo de cierto hubo en ella porque durante el siglo XX
la ciudad tuvo un rápido crecimiento poblacional.
Durante nuestro recorrido por la hacienda de Tamatán constatamos lo mismo de
cada año cuando la visitamos, vemos con dolor y cada vez con un dolor más profundo;
paredes en mal estado, edificios vencido por el peso de aires acondicionado y todo tipo de
cables, adecuaciones sin sentido como techos tubulares de malla sombra que solo le
agregan más peso a los edificios de manera innecesaria, poco prácticos y que afea las
fachadas; los jardines han desaparecido, en su lugar hay una invasión de maleza de más
de un metro de altura y Ceres, nuestra querida estatua que embellece el centro de una
fuente olvidada, cada día esta más oxidada, en total olvido, sin contar que alumnos de
posgrado que toman clase en sus edificios y algunos funcionarios meten sus vehículos
adentro del espacio histórico arrancando las baldosas del piso con el peso de sus
unidades, demostrando nula sensibilidad por el cuidado y preservación del patrimonio
histórico.
A la Peñita no había regresado desde el 2018, cuando la conocí, entonces contaba
con una cancha de futbol, una alberca, una palapa techada y climatizada además de los
asadores que tenía al aire libre, bien limpio el campo con la maleza muy chapoleada. Pues
vaya sorpresa que nos llevamos al llegar, de la palapa quedaban solo tres paredes
derrumbadas, las porterías de futbol no estaban y el campo parecía zona de guerra con
tanto escarbadero e inmensos montones de tierra por todos lados, la alberca estaba en
ruinas, el espacio de los asadores lleno de basura, los baños sin agua y la maleza
apoderada de todo lo demás.
Pero aun así disfrutamos el paseo, nos sentamos bajo los árboles, sin calor, sin
moscos, sin sol intenso, pudimos bañarnos en las pozas cristalinas del San Marcos,
imaginar a los pobladores pre escandonianos que conocían a la perfección todas las
veredas que suben y bajan del Cañón del novillo. Victoria es bella, lo confirmamos; tal vez
por eso los responsables de cuidar esos espacios de patrimonio cultural y natural los tienen
en el abandono, ignorando su importancia histórica, su fortaleza identitaria y su
preservación para la memoria social.
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