Golpe a golpe

Por Juan Sánchez Mendoza

En la víspera se cumplieron 57 años de la represión militar en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco, Ciudad de México), donde fueron masacrados centenas de estudiantes. Inclusive, niños y adultos de la tercera edad entre ellos. Oficialmente, hubo 26 muertos y mil 345 heridos.

De esa barbarie se ha editado cualquier cantidad de libros. Pero con intenciones sesgadas, según intereses particulares de los autores –salvo el escrito por Elena Poniatowska Amor, ‘La noche de Tlatelolco’–, porque en su mayoría fueron dirigentes del movimiento estudiantil en la etapa de mayor conflicto, aunque ninguno de ellos participara desde su origen (26 de julio).

Y entre esos textos incluyo ‘68. Tiempo de hablar’, que, en coautoría con Sócrates Amado Campos Lemus (qepd) publiqué hace 27 años –su aporte, aclaro, sólo fue una entrevista por tratarse del dirigente más polémico del Consejo Nacional de Huelga (CNH), quien, por cierto, ha sido encasillado como ‘El Traidor’–, buscando así encontrar la verdad de la sedición, ante la hipótesis de que se trató de una insurrección financiada por los grupos políticos contrarios a Gustavo Díaz Ordaz para derrocarlo; o al menos en un intento para comprometerlo a inclinar la balanza a dos años del relevo sexenal.

Hay otros libelos, donde sus autores exponen sus propios puntos de vista descalificándose entre sí, ¿por protagonismo?, pero ninguno acepta la revelación de Luis González de Alba (qepd), de que ‘el CNH compraba armas, en la Unión Americana, para armarse y hacerle frente al Gobierno Federal’ durante la alzada.

En fin…

Como corresponsable de esa masacre surge Luis Echeverría Álvarez, quien entonces estaba al frente de la Secretaría de Gobernación.

Pero ya fue exonerado del genocidio, aunque la opinión pública siga considerándolo culpable.

En consecuencia, la historia oficial de ningún modo le fincará cargos como tampoco a los políticos y funcionarios federales de esa época, que, en su insurrección, se involucraron en el movimiento de masas –tanto en el cruento suceso–, por lo que su responsabilidad sólo habrá de persistir en los textos que han sido publicados para exhibir su culpabilidad ya que legalmente son ‘inocentes, según el veredicto judicial.

Algunas precisiones:

La masacre ocurrida el 2 de octubre de 1968 fue consecuencia de una insurrección estudiantil, en su inicio, pero considerada ‘caldo de cultivo’ después, ante la aparición de provocadores que sesgaron aviesamente el movimiento.

Hasta su fase más deplorable.

Ciertamente los manifestantes jamás enarbolaron la bandera de una alzada en contra del presidente, puesto que sólo los motivaba el descuerdo con la represión policial en los centros educativos.

Y esa demanda fue capitalizada por los grupos que promovieron con aviesas intenciones la anarquía del movimiento, hasta el grado de asumir sus testaferros como líderes en la insurrección de varios precandidatos a la Presidencia de la República, buscando así presionar a Gustavo Díaz Ordaz para que adelantara el rejuego sucesorio.

Éstos eran Luis Echeverría Álvarez, Alfonso Corona del Rosal, Emilio Martínez Manautou y Marcelino García Barragán, quienes despachaban como secretario de Gobernación, jefe del entonces Departamento del Distrito Federal, secretario de la Presidencia de la República y secretario de la Defensa Nacional, respectivamente.

Como fundamento de esta hipótesis, hay testimonios que refieren que luego de muchos coqueteos, desaires, agresiones, vituperios, retos y una que otra mentada de madre, el Consejo Nacional de Huelga y el Gobierno Federal establecieron un puente de negociación.

Por el lado oficial: Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso Lombardo; y por el CNH: Marcelino Perelló, Gilberto Guevara Niebla, Luis González de Alba, Raúl Álvarez Garín, Anselmo Muñoz Juárez, Félix Lucio Hernández Gamundi y Florencio López Osuna.

El mediador: Fernando Solana Morales, entonces secretario general de la Rectoría; y los escenarios fueron:

1) la casa del rector Javier Barros Sierra, y

2) la residencia de Caso Lombardo.

Sin embargo, los historiadores oficialistas soslayan hablar de estas reuniones, a no ser que lo comenten en espacios cerrados o petit comité, porque entonces la manipulación que pretenden hacer de la historia ya no obedecería a las instrucciones recibidas por sus mecenas, de los que, por cierto, ya pocos quedan con vida a cinco décadas, un lustro y dos años de la masacre más escandalosa del siglo pasado.

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