Por: Luis Enrique Arreola Vidal.

Pablo Gómez ha sido muchas cosas: preso político del 68, arquitecto de reformas, dirigente de izquierda, legislador incómodo, cruzado anticorrupción desde la UIF… y ahora, el hombre designado por Claudia Sheinbaum para redibujar las reglas del juego electoral en México.

Pero este nuevo encargo trasciende los umbrales burocráticos: no se trata sólo de ajustar el sistema electoral, sino de decidir qué tipo de país seremos en la próxima década.

La presidenta le ha confiado la conducción de la flamante Comisión Presidencial para la Reforma Electoral, una jugada que, si no se revisa con lupa, podría convertirse en la restauración silenciosa del viejo régimen… con nuevo disfraz.

Una reforma con bisturí… o con bisturí envenenado.

El discurso oficial habla de eficiencia, austeridad y cercanía con el pueblo.

Se prometen encuestas nacionales, foros ciudadanos y una mayor representatividad.

Pero bajo esa piel democrática late un dilema brutal:

¿Fortalecer la democracia o asegurar la supremacía de Morena rumbo a 2030?

Porque el contexto lo permite:
• Morena tiene mayoría calificada.
• La oposición está dividida, debilitada y sin narrativa.
• El INE quedó maltrecho tras el “Plan B”.
• Y ahora, un operador leal a la 4T, como Pablo Gómez, está al mando de la cirugía.

Es la tormenta perfecta para cambiar las reglas… sin consultar a los jugadores.

El veneno está en los detalles.

Reducir plurinominales parece justo: menos “diputados de lista”, más representantes electos por el pueblo.

Pero es un espejismo. En realidad, silencia minorías, elimina contrapesos y favorece al partido mayoritario.

Así lo hizo el PRI durante décadas. Así puede hacerlo Morena hoy.

Disminuir el presupuesto del INE suena a ahorro.

Pero en un país donde el narco financia campañas y amenaza candidatos, debilitar al árbitro es entregarle el balón al crimen organizado.

Y recortar el financiamiento público a los partidos abre una caja de Pandora: menos recursos auditables, más espacio para el dinero sucio.

En lugar de partidos ciudadanos, tendremos franquicias al servicio de empresarios, caciques… o cárteles.

Ya lo vimos en América Latina. México no está blindado.

Una jugada con sello AMLO.

Aunque Sheinbaum encabeza esta reforma, lleva el ADN de Andrés Manuel López Obrador.

El mismo que en 2006 denunció fraude, hoy busca ajustar desde el poder las reglas que antes combatió desde la resistencia.

El nombramiento de Pablo Gómez no es sólo técnico: es ideológico.

Sheinbaum no sólo hereda la presidencia. Hereda también las cuentas pendientes del obradorismo.

Y Gómez, histórico de la izquierda, no es ajeno a esa misión.

Es un reformador… pero también un soldado fiel.

Y eso, en temas electorales, puede ser un filo peligroso.

¿Qué va a pasar?

Con mayoría legislativa asegurada, la reforma pasará entre 2025 y 2026.

La Suprema Corte, debilitada tras la reforma judicial, ya no será contrapeso: será comparsa.

Y lo más grave: esta reforma no surge del consenso, sino del cálculo político.

No nace del ideal democrático, sino del resentimiento histórico.

La narrativa oficial será seductora: participación, ahorro, pueblo.
Pero si desmantelamos lo construido desde 1996 —autonomía del INE, representación proporcional, financiamiento público transparente—,
no estaremos reformando la democracia: estaremos regresando al presidencialismo hegemónico que costó 70 años superar.

La restauración disfrazada.

La historia nos enseñó que sin instituciones fuertes, la democracia es papel mojado.

Hoy, Sheinbaum y Gómez tienen una oportunidad histórica:
honrar la transición democrática… o sepultarla con aplausos.

México no necesita una reforma electoral que consolide al partido en el poder.

Necesita una reforma que garantice que, gane quien gane, la voluntad popular prevalezca.

Porque si no lo entendemos, habremos sustituido al viejo régimen por uno nuevo.

Uno más moderno, más carismático…
pero igual de autoritario.

Y eso, presidenta, no es transformación.
Es una trampa.
Es la restauración del viejo régimen.

Y es el principio del fin de la democracia que tanto nos costó construir.