CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Entrar al Hospital General del IMSS en Ciudad Victoria es una experiencia cercana al castigo. Una especie de purgatorio burocrático y sanitario, en el que los enfermos no se alivian: se desesperan.
Y no, no es una exageración. Es la realidad cruda y corrosiva de lo que en teoría debería ser un centro de atención médica. En la práctica, es más bien un centro de abandono institucional.
Para empezar, los recipientes donde los pacientes deben recolectar orina no son más que botes de suero cortados a la mitad.
Sí, leyó bien: botes partidos con tijeras, entregados por personal que ha tenido que improvisar ante la falta de insumos básicos.
El área de urgencias es una imagen dantesca. Pacientes tirados en los pasillos, otros esperando que les pasen un medicamento, alguno más a la espera de un diagnóstico que nunca llega. El lugar huele a resignación y a desesperanza.
Las camas son pocas y desvencijadas. Las sillas de ruedas, escasas y rotas.
El resto de los enfermos debe conformarse con esperar… en el suelo.
Por si todo eso fuera poco, el aire acondicionado se descompone con la misma frecuencia con la que el IMSS lanza promesas vacías. La temperatura dentro del hospital puede ser sofocante. De ahí la amarga broma: “El hospital del IMSS parece una sucursal del infierno”.
Y eso sin contar el calvario para obtener una ficha en medicina familiar. Desde muy temprano, los pacientes forman largas filas bajo el sol, como si la enfermedad no bastara. A eso le llaman “atención digna”.
Las mismas filas se replican en las farmacias, donde la escena siempre se repite: esperar una eternidad, para que al final te digan que el medicamento no está disponible, pero que “regrese la siguiente semana”.
Otra tragedia cotidiana: las citas con médicos especialistas tardan meses en agendarse. Entre la burocracia, la saturación y el desorden, a muchos pacientes los mandan a esperar… como si la enfermedad esperara con ellos.
Lo más cruel del asunto es que, en no pocos casos, cuando finalmente llega la tan anhelada cita, el paciente ya falleció. La burocracia sanitaria se vuelve entonces un epitafio administrativo.
Ahí, en esos pasillos del olvido, se derrumba aquella promesa de Andrés Manuel López Obrador: un sistema de salud como el de Dinamarca. Una burla que ha envejecido peor que un edificio público mal cuidado.
Pero lo más grave no es la ineficiencia. Es la impunidad. Nadie, absolutamente nadie, quiere meter las manos para revisar lo que ocurre en la delegación del IMSS.
Ni siquiera el escándalo que envolvió al exdelegado José Luis Aranza Aguilar, sorprendido con una gran suma de dinero y un arma de fuego, ha sido motivo suficiente para abrir una investigación a fondo.
La respuesta de las autoridades centrales fue predecible: lo cesaron discretamente… y enterraron el caso. Como si eso bastara para tapar años de corrupción, de carencias, de negligencias que están costando vidas.
El IMSS en Ciudad Victoria no necesita maquillaje ni discursos. Necesita cirugía mayor. Y con carácter de urgente.
ASI ANDAN LAS COSAS.