Rutinas y quimeras
Clara García Saenz
Ir a la escuela primaria en los años 70 era un asunto muy simple, porque nuestros
padres gastaban en par de zapatos, un cuaderno, un par de lápices, una bolsa de hilo
de plástico que hacía las veces de mochila y un uniforme que se podía adquirir en el
transcurso de las primeras semanas por que se utilizaba solo los lunes o para los
desfiles. Los niños con más posibilidades económicas llevaban mochila, pincelines,
más de un cuaderno, sacapuntas y además de lápiz, una pluma.
El asunto se ponía grave cuando los profesores nos pedían que forráramos con
plástico los libros de texto gratuito o una tarea especial que requería otro tipo de
materiales, como pinturas Vinci, bicolores, papel cascarón; eso era un golpe al bolsillo.
Fueron las décadas estelares de la educación gratuita, donde los libros de texto
eran la representación misma del bienestar e ir a la primaria era lo más importante para
un niño, más allá de los útiles o el uniforme.
Pero como siempre sucede en el capitalismo, la movilidad social nos conduce
inevitablemente al consumo y vemos 50 años después que en las escuelas públicas es
“necesario” cumplir con la “lista” de útiles escolares.
En un cálculo aproximado, un padre de familia puede llegar a gastar entre 2 000
a 5 000 pesos para surtir la lista de útiles escolares, los uniformes (el formal y el de
educación física que incluye en algunas escuelas el moño para el pelo y las calcetas
con el nombre de la primaria, importantes para una buena calificación), zapatos y tenis,
la cuota “voluntaria” de padres de familia, además de la mochila. Teniendo en cuenta
que algunos tienen de dos a cuatro hijos, el asunto económico se complica bastante.
Por su parte, el gobierno les hace el caldo gordo a los proveedores al entregar
útiles escolares, más como un asunto político que de bienestar, porque aparte que los
da cuando los niños ya iniciaron las clases, pocas cosas son las que contiene el
paquete de “ayuda” además que los materiales son de mala calidad y pocos meses
después las mochilas estarán en las ventas de segunda de los tianguis o en las
espaldas de los trabajadores de la construcción.
Cuando veo a mis alumnos universitarios que llegan con un solo cuaderno y una
pluma, toman apuntes en clase y sacan excelentes calificaciones me pregunto si la
sofisticación de los “útiles escolares” en los niveles básicos ha impulsado un mejor
aprendizaje, una educación de calidad, un progreso en el avance científico de la Patria,
una calificación significativa en las pruebas PISA.
No lo creo, cada vez es más frecuente ver las carencias académicas con las que
llegan los estudiantes a la universidad, donde la mala ortografía, la mala redacción, la
pésima comprensión lectora y el nulo hábito de la lectura son muestras evidentes que
la eficiente formación académica no esta en las cosas o los “útiles” sino en el trabajo
áulico y desempeño de los profesores.
El cuaderno y algo con qué escribir (lápiz, pluma y tinta) son los únicos útiles
fundamentales para el aprendizaje, lo demás es parafernalia.
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