Nenúfares en el Septentrión
Ana Juárez Hernández

“Porque todo es irreal en este cuento. Nada sucedió como se indica.”

  • José Emilio Pacheco.

De aquellos recuerdos y nostalgias de los que te platiqué, todavía me quedan dos
puños. Uno lo guardé en el escritorio, el otro lo llevo en el pecho bajo doble llave.
Aunque haz de saber que ni los músculos ni toda la sangre —ni siquiera la doble
llave—, evitan que se vuelva convulsión eléctrica y apriete con fuerza cuando me
cruzo con las hojas amarillas, esas, las que caen pausada, dolorosamente hasta
febrero. Pero ya pasaron marzo y abril, hoy mayo se extiende como unos brazos
dispuestos a alzar el vuelo; ahora es el tiempo del calor, se ha despejado el cielo.
Quién sabe qué versión permanecerá de esta historia, si serán los dragones u
otras fieras las que tomarán el protagónico; no hay forma de escoger los
calificativos o el gramaje del papel en que se imprimirá nuestra existencia, la
mayoría de lo que acontece en el mundo no está en nuestras manos. Pero en este
tendedero de nostalgias y fotografías, la cualidad maravillosa que sí tenemos es
ser escritores de memorias, capaces de vivir más de una vez a través del
recuerdo.
Ya lo dijo Borges, “estamos hechos de memoria, pedazos rotos de espejo”, la
memoria es el mapa para [re]construirnos en el mundo. Tenemos el poder de
revivir evocando las sensaciones de lo que ya no está, no estamos desamparados

en el acto de la existencia, porque somos tejedores de historias, escribanos que
trabajan día y noche, filtrando la realidad en sueños.
Para los especialistas la memoria es siempre un lienzo inacabado, porque cuando
los estímulos del exterior penetran en nuestro ser, el cerebro los interpreta y
decide aquello que es importante, dando lugar a los recuerdos, algunos durarán
menos de un minuto, otros nos acompañarán toda la vida… No existe un lugar
dentro del cerebro que contenga todos los recuerdos, no podemos asomarnos y
encontrar en una esquina las colecciones del viaje a La Pesca; sino que están
diseminados por el hipocampo, la amígdala, el estriado; arriba y abajo, nadando
entre los lóbulos que lo conforman.
Aunque la parte más interesante es el proceso de recordar; se activa la zona
donde está almacenado el recuerdo, convocando a todos los elementos de la
obra; caen en nuestra mente la escenografía, la música y los personajes para
interpretar una vez más el acontecimiento. Pero el cerebro es travieso y deja
escapar a veces pedacitos del guion, ahí es cuando la imaginación toma las
riendas y comienza la máquina a producir una nueva versión; es decir que
estamos permanentemente creando recuerdos, trazando la memoria.
Por eso dice Galindo que nada es memoria, que todo es invención y entre más
recordamos, más inventamos; esto también lo estoy inventando, apilando las
palabras que no saben quedarse quietas. A lo mejor somos un retoque, la versión
beta de la memoria primigenia. Basanta dice que estamos transformando el
recuerdo como una computadora programada para no detenerse nunca. Pacheco,
que nada es real ni sucedió como se refiere. García Márquez, el mero mero —el

periodista más que el escritor de novelas— cree que es esa la versión buena de la
vida, la que uno cuenta entrelazada con la invención.
Tal vez tu camisa era gris y mi cerebro la envolvió en tonos más fríos antier que te
traje a mi mente, a lo mejor aquel día que caminamos a la orilla de la presa el
agua no sonaba tan dulce o la risa era más estridente, pero el viento es el mismo
cuando toca mis manos y me hace sentir otra vez en aquellas piedras junto a los
amigos. Y en medio de esta evocación, ¿no serán que también podemos hacer
que florezcan eternamente aquellos nenúfares que vimos flotando en
Flechadores?
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