Golpe a golpe

Por Juan Sánchez Mendoza

Incómodo ha lucido Óscar de Jesús Almaraz Smer en las entrevistas con la prensa –las ‘banqueteras’ obvio–, pues le molesta que le pregunten acerca de su relación con Francisco Javier García Cabeza de Vaca, la declaración patrimonial y cuáles fueron sus logros como alcalde de Victoria.

Algunos reporteros me comentan que le irrita sobremanera la pregunta de que si responderá al reto que le formuló Luis Torre Aliyán (MC) de hacer pública la declaración, evadiéndose así:

“(Las declaraciones) son públicas o privadas, a mía es privada”, dice.

Al cuestionársele sobre su relación con el ex gobernador, hace mutis, pues es un tema que prefiere evitar, tanto como el relacionado con el agua que en la capital estatal empezó a escasear en su gestión edilicia.

Óscar, según algunas encuestas, se mantiene en segundo lugar de las preferencias electorales, pero muy por encima del abanderado naranja que yéndosele a la yugular pretende capitalizar votos.

Contesta Almaraz Smer sobre sus resultados como munícipe, que esa pregunta mejor se la formulen a la gente.

Y así lo han hecho los colegas, encontrándose con una respuesta que es lapidaria: nada.

Ni qué festejar

La conmemoración del Día Internacional del Trabajo fue instituida hace 135 años –concretamente en 1889–, para honrar a los mártires de Chicago que encabezaron una huelga demandando la reducción de la jornada laboral.

Pero en México (esa evocación) fue reconocida hasta 1923, cuando se produjo un desfile obrero para recordar a los asalariados que cayeron en las masacres de Río Blanco y Cananea, víctimas del fuero desmedido otorgado al rico industrial a principios del siglo XIX.

Al paso de los años la clase trabajadora se robusteció, organizó; cobró más conciencia y las efemérides las usó para plasmar mayores inquietudes y demandas laborales; pero el movimiento obrero fue cooptado a los pocos años de institucionalizarse la revolución. Y aquella insurgencia trabajadora empezó a cambiar por la genuflexión y loas al mandatario en turno, dando al traste por completo al sentido de la gesta.

Los obreros, desde entonces, empezaron a perder su conciencia de clase, hasta transformarse en dóciles instrumentos de la manipulación política, a través de sus dirigentes.

Los entreguistas

En la época neoliberal, Miguel de la Madrid Hurtado marcó el inicio de un nuevo derrotero nacional: abrió las puertas para que nuestras riquezas dejaran de pertenecer a la nación; que el sector social perdiera fuerza y el sector político se tornara caótico como preámbulo a la llegada de Carlos Salinas de Gortari, quien entregó nuestra economía a la nación más poderosa del mundo para darnos la puntilla con su política neoliberal, mientras nos engañaba con el espejismo del acceso al primer mundo.

Bajo este marco, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, en su oportunidad, gobernaron más para los dueños del dinero que para los obreros; y sumieron a la clase trabajadora en la vil miseria, para luego ceder el cargo a Andrés Manuel López Obrador, quien, por cierto, tanto se ha distanciado de la clase trabajadora que hasta promueve la aniquilación de toda organización gremial que no esté a su servicio.

Sin embargo, este señor gobierna en un contexto donde el trabajador empieza a tomar conciencia de su realidad y de sus necesidades. Ya no clama loas a sus dirigentes ni al jefe del Ejecutivo federal, quien golpea aún más nuestra deplorable economía tolerando el alza de precios.

Ejemplo de ello es su negativa a reconocer el índice inflacionario que ha pulverizado el poder adquisitivo, aunque ofrece un salario más alto para los trabajadores.

Por eso este primero de mayo se antoja diferente.

No sólo por la cancelación de los desfiles a lo largo y ancho de la República Mexicana, sino porque en algunas entidades una marcha obrera pudiera ser el despertar de nuevas conciencias que corroboren que su lucha no está en vías de extinción.

En México suman 21 millones los obreros que perciben salarios de hambre. Jornales miserables que resultan insuficientes para cubrir al menos la canasta básica; y ofensivos cuando se comparan con los sueldos que se pagan en otros países.

De ahí que los asalariados independientes y las víctimas del infame corporativismo ya se hayan decidido a hacer público su repudio a la política laboral ejercida por el presidente.

Con ello quedaría en claro que la clase trabajadora ya se hartó de ser mediatizada por dirigentes ‘charros’, quienes, durante décadas, con la complicidad gubernamental, la han manipulado hasta el grado de ignorar sus demandas y negarse a escuchar sus quejas públicamente.

Las protestas de la clase trabajadora, por tanto, serían la mejor prueba de que los trabajadores desconfían del actual gobierno.

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