Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz

Una de las mejoras aventuras intelectuales que existen en la vida es pasar la
mayor parte de nuestra existencia en una universidad, como estudiante, como
trabajador, como catedrático. Ser parte del paisaje, ver a muchos cómo vamos
envejeciendo y al mismo tiempo cómo nos renovamos continuamente. Sólo quien
ha pasado muchos años de su vida recorriendo los pasillos, las aulas, las
cafeterías de un centro universitario es capaz de comprender el progreso y
crecimiento de instituciones como la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT).
En 1989, cuando ingresé a la licenciatura de Relaciona Públicas, todavía
pesaba muy fuerte, sobre todo en la Facultad de Derecho, la sombra del porrismo;
existían aun los “líderes” de los grupos políticos, funcionarios de la administración
central que tenían cotos de poder en algunas facultades; habían sido líderes
estudiantiles y tenían parcelas de poder. De hecho, en cada facultad había un
grupo de supuestos estudiantes que cuerpeaban a estos “líderes” cuando llegaban
a las facultades que tenían en su puño, estos jóvenes estaban inscritos en alguna
carrera, nunca entraban a clase, pero también muchos nunca terminaron ninguna
licenciatura.
Pero, por otra parte, estaba el asunto académico, ese que funcionaba muy
bien para quienes íbamos a estudiar, teníamos maestros responsables,
comprometidos, exigentes, bien preparados; los menos, eran maestros amigos los

“líderes”, nunca iban a dar clase y se portaban prepotentes con los alumnos
cuando tenían que ir a evaluarnos. Quienes nos dedicábamos a estudiar no
teníamos ningún impedimento, ni condicionamiento de carácter político, de hecho,
eran dos dinámicas en una, por un lado, había un respeto absoluto a quienes se
dedicaban a la academia y por otro estaban los que con maniobras políticas
saltaban de semestre en semestre sin que nadie se lo explicara o maestros que
eran los eternos ausentes.
Siendo aun estudiante me tocó vivir la primera profesionalización de los
profesores; de pronto, muchos tuvieron que dejar sus cátedras por no contar con
un título de licenciatura, a todos los eternos pasantes que tenían años dando
clase, se les exigió el título, algunos regresaron al siguiente semestre título en
mano, otros muy ofendidos en su ego se fueron hablando mal de la UAT.
Entonces el Campus Universitario Victoria era un remanso de paz, pocos
tenían carro y no había problemas de estacionamiento, en algunas facultades los
salones sólo tenían abanicos de techo y en otras se empezaba a climatizar las
aulas. Recuerdo que en mi grupo tuvimos aire acondicionado hasta que llegamos
a tercer semestre, era una caja gigante que, hacía un ruido espantoso, aun así, lo
cuidábamos para que no se descompusiera.
Cuando ingresé a trabajar en la Subdirección de Extensión Universitaria
comencé a conocer la universidad por dentro. Vi caer a los “líderes-funcionarios”,
cuando Humberto Filizola tejió fino para que uno por uno salieran de la
universidad; después los trabajadores universitarios vivimos los atropellos del
rector Lavín Santos del Prado y su salida por la puerta de atrás; el feliz rectorado

de José Ma. Leal, querido por todos; el insufrible rectorado de Etienne ocurrente,
misógino, ignorante y ambicioso que llenó la Universidad de empleados de
gobierno, ocupando los más altos puestos y queriendo someter a la a la UAT a un
régimen de abyección gubernamental, por eso vimos con entusiasmo la llegada de
José Suárez, un universitario de viejo cuño que poco o nada pudo hacer ante la
tiranía cabecista y después vino el desastre.
En cada uno de los momentos críticos, la UAT resistió y se fortaleció, la
infraestructura creció, se construyeron los edificios que embellecen el campus, se
promovió el posgrado para que sus profesores cursaran maestrías y doctorados,
se impulsó la investigación sumando cada año más catedráticos al Sistema
Nacional de Investigadores, se promovió el quehacer cultural con festivales,
muestras artísticas, ferias del libro, publicaciones, conciertos.
La UAT nunca es la misma, siendo el conocimiento su principal quehacer,
está siempre en constante renovación, quien diga que es porril seguramente se ha
quedado anclando en los años 70, quien trata de desprestigiarla es cómplice de la
educación mercantilista, quien diga que no sirve, nunca ha estado en sus aulas.
Nuevamente los universitarios nos reinventamos, con la esperanza que este
nuevo principio haga justicia a nuestra dignidad como trabajadores y abone a la
grandeza de esta institución, cuya nobleza radica en educar a muchos que no
nacimos con una cuchara de plata en la boca, permitiéndonos acceder a una
formación profesional, para cambiar nuestras vidas y mejorar nuestro futuro.
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