Reflector/ Gilda R. Terán.

Corrían los años setenta, en donde el auge de la música, transformaba la vida familiar en
espacios maravillosos para convivir con nuestros seres queridos al son de las melodías de
aquellas épocas.
Justamente en ese tiempo surge como una vorágine un grupo musical denominado Boney
M, con raíces en el Mar Caribe, el cual solo con el salmo 137, y 19:14, llegó con sus “Ríos
de Babilonia” a traer un contagioso ritmo, que rompió fronteras.
Y bueno por algo dicen que “en la música no existen fronteras” le cuento que en esos días
no se escuchaba otra melodía que no fuera los lamentos de los exiliados de los Ríos de
Babilonia.
Pero seguramente que todos sabemos que en esas notas armoniosas, se encuentra el
bosquejo de la palabra de Dios, y es que precisamente se plasma la odisea de los habitantes
de Israel que fueron desterrados de su amado pueblo.
Verá usted la biblia nos cuenta que en aquel entonces, el poderoso ejército babilónico de
Nabucodonosor II destruyó Jerusalén y su templo, y obligó a sus ciudadanos a vivir un
exilio en Babilonia que se prolongaría por largos 50 años.
Era el año 586 A.C, cuando el pueblo judío fue conducido a las orillas de los Ríos
Eufrates y el Tigris, en la ciudad de Babilonia, ahí estuvieron con todas su tristezas, se
cuenta que venían con sus instrumentos musicales con los que alababan a Dios.
Pues enseguida que se asentaron ahí, los judíos entraron en depresión y tristezas por estar
lejos de sus casas, optaron por colgar en las ramas de los arboles sus arpas, pues no sentían
el deseo de cantar lejos de su Jerusalén.
Pero los guardias les pedían que entonaran esas alabanzas, y el pueblo cautivo le respondía
que era imposible cantar en tierra extraña a su Dios, sin embargo ellos nunca perdieron la fe
de volver a sus raíces, durante este exilio de cinco décadas.
Amable lector, nunca perdamos la fe a pesar de las circunstancias y momentos adversos
que se vivan, la neuropsicología afirma que el poder de la esperanza fortalece la salud
emocional, generando conexiones en el sistema nervioso central, activando diversas
sustancias que integran la bioquímica cerebral, las cuales coadyuvan a estados saludables
de bienestar físico mental.

Y es que esta fuerza alentadora nace en cada una de las personas del mundo y conforma
una parte de su identidad, puede derivarse de sus creencias y sueños por cumplir, aunque
las esperanzas toman diversos caminos; en ocasiones se juntan y en otras se separan.
Además tiene dimensiones espirituales que se traduce en que la esperanza tiene que ver
con la fe, con creer y tener confianza en algo, aunque no lo veamos, sin duda alguna
caminaremos en este diario vivir, rodeado de pruebas, de afanes, sinsabores, en fin de todo
lo que es cotidiano en este existir, y a veces sentiremos que nunca cruzaremos las metas.
Pero es aquí, cuando surge la esperanza, si esa emoción activadora que nos produce
cambios positivos, y nos empuja a seguir, y a no claudicar para lograr propósitos, sueños, y
hasta salir avante en momentos cruciales.
Tomemos en cuenta, que habrá episodios o vivencias, en que se apersone el miedo que se
convierte en un monstruo que nos paraliza, y nos estanca, truncando todas las esperanzas
para enfrentar días nublados y grises.
Pero cuando fijamos la esperanza en nuestras vidas, fluyen estados de bienestar, que
fortalecen nuestra esfera afectiva-emocional, y por lo tanto se puede superar las rachas
difíciles.
En cuanto a la salud psicológica, sabemos que las emociones positivas como la serenidad,
la esperanza o la tranquilidad también cumplen un propósito evolutivo, ya que se ha
encontrado que amplían nuestros recursos intelectuales, físicos y sociales, y permiten
construir reservas que nos ayudan a enfrentar amenazas.
También se ha visto que esta emoción alentadora nos ayuda a manejar el estrés, un aspecto
especialmente interesante de la esperanza es que se asocia fuertemente con el sentido de la
vida, con creer que nuestra vida tiene significado y propósito.
Las personas que tienen altos niveles de esperanza tienden a conectarse mejor con los
demás, pues les interesan no sólo sus propias metas, sino las de las otras personas y son
más capaces de considerar diferentes perspectivas o puntos de vista.
La mayoría de las respuestas de las reacciones emocionales han existido desde hace mucho
tiempo y surgieron como parte de un proceso de adaptación y supervivencia de la especie
humana.
En lo espiritual, nuestra esperanza está fundada en Jesucristo, que es la fuente de vida
eterna, quien nos da una paz que sobrepasa entendimiento humano, que nunca se apague
nuestra fe, que siga creciendo.
“En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.” (Salmo 62:5).

Nos vemos en la próxima, viva la fe y esperanza en familia.
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