Así lo es…
Por: Grecia Desirée Díaz.-
Hasta este momento, llevo quince años de mi vida estudiando, y he visto de todo: maestros y maestras extraordinarios que te motivan por toda esa pasión que cargan al dar clases, otros tantos que quisieran no estar en ese salón porque simplemente la educación no es su vocación. Hay otros profesores que tienen incontables títulos académicos, pero resulta imposible aprender algo de ellos, sencillamente porque no han desarrollado la habilidad suficiente para darse a entender con sus alumnos. Algunos maestros hacen hasta lo imposible para contagiar a sus estudiantes de esas ganas de seguir aprendiendo, y la realidad es que hay muy pocos maestros que han marcado mi vida por ser excepcionalmente buenos dando clases.
He escuchado en muchas ocasiones cómo es que en mi generación –y en muchas otras– los jóvenes parecemos desinteresados por conseguir un título universitario y “superarnos a nosotros mismos”. Los adultos nos ven como seres antipáticos, sin motivaciones o aspiraciones; lo único que queremos hacer es salir con nuestros amigos a embriagarnos, ver Netflix por más de cinco horas diarias y quedarnos en nuestras habitaciones encerrados. Pero yo me pregunto: ¿alguno de esos adultos se ha preguntado por qué?
Tal vez no es motivante ingresar a la universidad porque hemos escuchado un sinfín de veces que no encontraremos trabajo. Las artes no sirven para nada, las humanidades tampoco, nada de eso nos hará millonarios. Estudiar una ingeniería es muy pesado. Cualquier licenciatura en el área de la salud es carísima, y nadie invertirá miles de pesos en alguien que posiblemente no sea bueno para eso. Después vemos cómo nuestros padres discuten y se arrancan las pestañas para pagar las cuentas absurdas que mensualmente llegan a casa: luz, agua, internet, gas. Ahora, hay que sumarle a todo eso que en el salón de clases no aprendes cosas interesantes todos los días.
Hay una cantidad absurda de maestros que, por diferentes motivos, no pueden asistir al aula y los vemos tres o cuatro veces al semestre. Otros subieron los tres escalones sagrados de la academia y no han superado el vértigo que les generó: licenciatura, maestría y doctorado, cada grado acompañado de una extensa tesis que al mundo no le dice nada, pero en el salón de clases grita que ese profesor es más importante que el estudiante. Algunos no tienen la menor idea de lo que trata su clase, y solo están ahí porque tienen que llevar comida a sus casas; no tienen otra opción que soportar la larga jornada, y a más de cincuenta jóvenes que no tienen ni idea de lo que significa la vida.
Preferimos embriagarnos a diario con nuestros amigos porque hablamos de los eventos que suceden en el mundo, como las guerras, lo imbécil que nos parece Donald Trump o lo que creemos que es mejor para el país. Decidimos ver Netflix durante horas porque una buena serie o una película nos enseñan más cosas que toda la planta docente de nuestra licenciatura. Permanecemos en nuestras habitaciones por días y solo salimos de ahí para conseguir comida e ir al baño, porque los libros que tenemos en ese espacio son más interesantes; muchos de nosotros somos la excepción a la regla y escuchamos rock de los 70’s y 80’s, y nos enferma que crean que somos parte de la generación que escucha a Maluma o Bad Bunny. Al final, la escuela nos parece desmotivante porque es anticuada.
Los profesores no se actualizan constantemente y creen que usar Power Point y poner un vídeo en YouTube significa hacer una clase didáctica, cuando en realidad queremos que no dejen de aprender, que todos los días tengan algo nuevo que decirnos. Los planes de estudio de las licenciaturas son viejísimos y no corresponden a las necesidades laborales actuales. Tal vez no quieren dejar ir a los que fueron muy buenos docentes hace quince o veinte años, pero las plantas docentes también necesitan actualizarse. Las universidades organizan eventos con la falsa promoción de que son creados para el aprovechamiento de los jóvenes universitarios, pero en realidad lo único que quieren muchos docentes son puntos para el Sistema Nacional de Investigadores y así generar más dinero.
Lo absurdo de esto radica en la insistencia abrumadora de no dejar la universidad y tener un sinfín de posgrados, pero sobre todo, lo ilógico habita en los planes que esos maestros anticuados tienen para la educación, en esas reformas educativas que no benefician en nada a los estudiantes. ¿Cómo querremos seguir en una institución que no tiene nada que aportarnos? ¿Por qué se crean planes educativos sin tomar en cuenta a los estudiantes? Los jóvenes del milenio tenemos ganas de conocer, leer, debatir; nos fascina la idea de salir de viaje y conocer el mundo. También queremos una casa bonita, una pareja, dos perros y un gato. Nos interesan las artes, la política, todo lo que acontece en el mundo, y algunos tenemos la descabellada idea de seguir estudiando. Pero sobre todo, los jóvenes de este milenio tenemos una sed insaciable de ser tomados en cuenta en las decisiones que se toman para nuestra educación.