Nunca, ningún gobernante, del nivel que sea, ni servidor público, ni legislador que haya llegado a un cargo de elección, ha tenido el valor de comparecer ante sus gobernados y pedir perdón por los errores cometidos. La mayoría de sus malas acciones, incluso, actos de corrupción quedan impunes.

Y cuando llega a ocurrir y son citados por la justicia, es porque su sucesor quiere cobrarse alguna afrenta o quedar bien ante sus electores; es más propaganda, que acciones sustentadas en la legalidad.

Algunas veces, antes de irse del poder, ciertos gobernantes, suelen ofrecer disculpas privadas o tratan de reconciliarse con sus adversarios y enemigos, pues saben que sin fuero o sin influencias, volverán al mundo terrenal y no quieren sufrir reproches de quienes hicieron algún agravio. La reconciliación, no se le da al hombre del poder, porque mientras lo tiene se vuelve absolutista, soberbio y tirano, y de su vocabulario desaparecen palabras como el «perdón», la «disculpa», o expresiones de «cuánto lo siento».

El poder envilece, transforma, cambia y embrutece al ser humano; lo vuelve inalcanzable.
En el quinto año de gobierno de Egidio Torre, cuando la opinión pública tenía ya una percepción real de lo que había sido su administración y existía un juicio final sobre su paso por el gobierno, el entonces gobernador, asesorado por alguien, le recomendó reconciliarse con sus adversarios; y lo hizo, contra su voluntad, pero lo hizo.

Arrepentido y con la cola entre las patas por todos los errores y daños cometidos, tomó el teléfono y concretó citas con quienes tuvo discrepancias. El ejemplo más comentado fue cuando se reencontró con Eugenio Hernández Flores, el mismo que le dio la gubernatura dos veces a la familia Torre: primero a Rodolfo Torre que fue arteramente asesinado, y después a Egidio.
En pago a ese gesto, Egidio, aliado y envenenado por Felipe Calderón, persiguió no solo a Eugenio y a los geñistas, sino a los rodolfistas y amigos de su hermano fallecido.

Egidio gobernó primero con miedo, y después con rencor. Veía fantasmas por todos lados y culpaba a todos de la muerte de Rodolfo.

Cuando llegó el momento de estar frente a Eugenio, le pidió perdón por todo lo sucedido. Algunos dicen que hasta lloró, aunque luego aseguraron que fueron lágrimas de cocodrilo las que derramó; Luego fue con toda la familia de Eugenio en donde igual, hubo lágrimas.

Luego llamó a Ricardo Gamundi, a quien también persiguió y maltrató; a la Casa de Gobierno citó a Mario Ruiz Pachuca, con quien se ensañó y encarceló por más de un año, sin haber motivos reales para hacerlo. Y así lo hizo con muchos, pero jamás con los tamaulipecos con quien debió hacerlo por sus malas acciones.

Pero así como Egidio, tampoco lo hicieron sus antecesores, y tampoco lo harán quienes lo sucedieron en el cargo o están por irse.

Ahora que están por iniciar las campañas, y donde muchos candidatos van a tomar la calle a solicitar el voto ciudadano, antes de hacerlo, tendrían que hacer un examen de conciencia a partir de lo que le han hecho a la sociedad, y deben pedir primero perdón por todo el daño que han causado a la población.

Los partidos políticos, que están obligados a ser los garantes de la democracia y de los buenos gobiernos, deben obligar a sus hombres y mujeres que van tras un cargo de elección, que a nombre de los malos gobiernos del pasado, ofrezcan una disculpa y pidan perdón para que la sociedad pueda volver a creer en la política, en los políticos y en los gobiernos.