Reflector/ Gilda R. Terán.

En plena adolescencia y cargando a cuestas con su nacionalidad  judía Ana Frank,  y toda su familia, sufrían por los años cuarenta, la persecución del nazismo liderado por Hitler un hombre cruel y desajustado emocionalmente.

Como todos sabemos que fue por 1940 cuando inicio la segunda guerra mundial, comandada por este dictador alemán que en su mente deliraba por exterminar a todo el pueblo judío.

Y bueno en esos días la cacería para los atribulados judíos era incansable, no obstante el Jerarca dela familia Frank, no se daba por vencido y buscaba todas las formas para no caer en las redes de la Gestapo que era la policía secreta creada  por los alemanes para sembrar terror.

En ese tiempo el padre de Ana, tenía una empresa en un viejo edificio de Ámsterdam, y con ayuda de sus cuatro operarios de mayor confianza, ocultó una habitación del ático del edificio, y disimuló la entrada tras una estantería y finalmente el 9 de julio de 1942 se trasladaron a allí.

Marcharon prácticamente con lo puesto, apenas pudieron llevarse nada, no podían correr el riesgo de que se les vieran portando maletas, así que lo mínimo fue su único equipaje, y  fue de esta forma que  la  familia Frank integrada por padre, madre , Ana y su hermana Margot llegaron a un reducido espacio para salvaguardarse de los nazis.

Una vez ya en ese lugar, tuvieron que  adaptarse a las duras condiciones de vivir casi como prisioneros en el “anexo secreto”, como lo llamo Ana, eran tiempos muy difíciles, de mucho miedo y nadie ayudaba a nadie, ya fuera por afinidad a los ideales nazis, o por puro miedo.

Cabe recordar que ayudar y dar cobijo a judíos en aquellos tiempos, estaba castigado con la muerte, sin embargo contaban con  la ayuda de esos cuatro amigos que se la jugaron, y eran  pues eran los que proporcionaban la comida y lo necesario para vivir, y también quien les hacía llegar las últimas novedades sobre la guerra.

Ahora le comento que en el escondite de los Frank, se les unieron cuatro personas más, que buscaban refugio, dando en total ocho personas viviendo hacinadas en un reducido espacio, en el cual marcaron reglas de absoluto silencio de no hacer el menor ruido que los delataran, pues contiguo a su “lugar secreto” era una fábrica donde llegaban los obreros a laborar.

Y es que la sensación de peligro se palpaba a cualquier hora y en cualquier momento, y hubieron de fijarse reglas, normas y horarios para poder garantizar su seguridad tanto como fuera posible, hacer ruido, reír toser o estornudar, fueron algunas de las medidas extremas que debieron adoptar para no ser descubiertos.

Y fue así que en estas circunstancias  adversas la menor de 13 años Ana Frank, quien daba muestras ya de su vocación literaria,  ocupaba todas aquellas horas de absoluto silencio escribiendo su diario y notas sueltas, narraba las vivencias y peripecias durante todo aquel tiempo en el “Anexo Secreto”  escondidos del miedo.

Y  escribía sus letras de forma inefable y con un destello de esperanza, de que algún día esa situación de enclaustramiento terminaría, y pues entre las frases de su diario destacaba algunas líneas que denotaba sus creencias en Dios.

Ana Frank, tenía añoranzas  la cual plasmaba  así “Para quien tiene miedo, quien se siente solo o desdichado, el  mejor alivio es salir al aire libre, encontrar un lugar solitario donde estará en comunión con el cielo, la naturaleza y Dios, solamente así se siente que todo está bien”.

Transcurrieron así dos años de reclusión y silencio hasta que la mañana del 4 de agosto de 1944, fueron descubiertos y capturados por la Gestapo, y los condujeron en un camión hasta los campos de concentración, en donde Ana y su hermana Margot, fallecieron por inanición y fiebre tifoidea, dos meses antes que terminara la segunda guerra mundial.

Amable lector, a mí en lo personal, el legado que dejó esta niña adolescente Ana Frank, es una lección de fé y esperanza, pues no obstante de los días grises que vivió encerrada plasmó sus letras en un papel, para no fragilizar su espíritu.

Consideremos que a lo largo de nuestra vida, muchas veces tenemos que enfrentarnos a situaciones difíciles e imposibles de superar humanamente hablando, ellas se levantan contra nosotros intentando no sólo afectarnos en lo físico- emocional,  sino también en lo espiritual.

Y es que en el diario vivir, con frecuencia, se nos acercan días grises y a veces se quieren quedarse instalados en nosotros,  entre estos pueden ser  emociones, como: el miedo, desánimo,  rabia,  tristeza, impaciencia,  pesimismo, depresión, envidia, enfermedades, etc., pero no dejemos que se estanquen, busquemos fortalecer nuestro espíritú.

«No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.» (Isaías 41:10).

Nos vemos hasta la próxima.

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