Por: Ricardo Hernández

Como una oración…

Debo confiar en mi libro, porque he creado un libro, saldré a vender un libro…

…Mi madre me fabricó un cubrebocas y luego de recibir su bendición “Que Dios te cuide y te proteja”, salí a la calle.

Minutos antes mi madre me había dicho: “Pero si dicen que no hay gente en la calle, hijo. ¿A quién le piensas vender tu libro?”.

Le respondí: “Tengo una estrategia de ventas”.

Después de haber estado en casa escribiendo mi diario íntimo el cual lo empecé el 25 de marzo de 2020, para tomar un receso de un par de horas, tuve que salir a la calle con el propósito de vender mis libros.

Tenía una estrategia para ello: llegar temprano al café de las ocho de la mañana.

Así lo hice, pues no faltaba que de repente a algún político o abogado se le ocurriera andar temprano como yo, en el café; aprovecharía el momento para ofrecerles mis libros.

Habían pasado un par de horas y nadie se aparecía por el restaurante.

(“Debo confiar en mi libro, porque he creado un libro, saldré a vender un libro…”).

Esperé con paciencia, me sentía confiado.

Antes de salir de casa pensé en voz alta: “Este día será maravilloso; es mi mayor oportunidad”.

Cuando me dispuse a retirarme del restaurante entró una llamada a mi celular, era un señor quien me decía que había leído mi libro y que mi historia de cómo empecé a escribir por medio de la máquina de escribir Remington, le había parecido interesante. “Quiero hacerle una propuesta de trabajo”, me dijo el señor.

“Ando en el centro -le contesté emocionado-, ¿puede venir a verme o quiere que yo vaya hasta donde se encuentra usted?”.

El señor me respondió: “Anote la dirección y aquí hablamos”.

Cuando me reuní con mi cliente, puesto que ya me había comprado el libro, el señor me recordó la parte de mi vida cuando dejé de escribir en la Remington para comenzar a teclear en la computadora.

“Esa parte se me hace divertida”, me dijo el señor. “Lo que yo quiero es que usted nos imparta un curso de redacción a distancia, es decir, por medio de una videoconferencia, ¿qué le parece?”.

(“Debo confiar en mi libro, porque he creado un libro, saldré a vender un libro…”)

“¡Perfecto!, ¡encantado!”, resolví sin pensarlo dos veces.

“Voy a sugerirle dos libros como apoyo para el curso -me dijo el señor-: puede ser uno de gramática, o el de Martín Vivaldi”.

“Voy a preparar material sobre el primer tema del «Curso de redacción», de Martín Vivaldi”, añadí.

Elegí a Vivaldi porque es el libro a través del cual entendí la importancia de escribir.

“Te encargo cinco libros de los tuyos, se los pienso regalar a mis compañeros que van a venir a verme antes del curso”, me dijo el señor.

“Abrí mi maletín rojo, enseguida le puse en sus manos tres ejemplares del libro 10 AÑOS DE ESCRIBIR COLUMNAS”.

El señor se sorprendió por la acción, me dijo: “Ah, ya los traes”.

“Van a faltar dos -le dije-, se los traigo mañana”.

El señor me compró los tres libros y, de paso, me pagó por adelantado los otros dos.

“Debo confiar en mi libro, porque he creado un libro, saldré a vender un libro…”.

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