Por: Ricardo Hernández

De pensar que un día dijimos que nos amábamos. Cada noche nuestros cuerpos se entregaban sedientos al amor. Era un gran placer escucharte entre mis brazos, en ese juego divertido de la pasión, en ese rito misterioso el cual solo adquiere sentido cuando se ama con verdadero amor, con locura. Sí, debí estar loco en aquellas noches donde no tenía llenadera para colmarte de besos. No me cansaba de sentir tu cuerpo húmedo, tibio, tembloroso.

Suspiraba a cada rato como si fuera siempre la primera vez, hasta llegué a pensar que ese fue el motivo por el cual me hiciste a un lado; como todo lo que se usa y se tira después a la calle; como el periódico luego de leerse; como la historia que se lee y después ya no interesa tanto.

He llegado a imaginar la razón que tuviste para ignorarme después: tienes miedo a morir. Tal vez comprendas tú mejor que nadie el significado de la palabra ‘amar’, porque solo adquiere sentido cuando verdaderamente se está enamorado.

Uno va sintiendo lentamente la muerte como un trago amargo. Al último ya nada interesa, tan solo el deseo de morir.

De pronto se toca uno la cara, las manos temblorosas porque aún se conserva el sentido de la vida.

¿Por qué temes morir? ¿Por qué tendría yo que temerle a la vida? Sin embargo, existe algo diferente.

Tú eras diferente a las demás mujeres que hasta entonces había conocido. Todo me gustaba de ti, hasta tu sonrisa; me agradaba mucho la seriedad que le ponías a las cosas. Tu nombre ‘Sofía’ le quedaba perfecto a tu sencillez.

El miedo que algún día sentimos los dos quizá fue por falta de madurez, de no saber qué hacer al sentirnos solos. Pero todo, todo, ha quedado atrás, en el pasado.

¡Hasta pronto!