La Comuna
José Ángel Solorio Martínez
Tampico, Tamaulipas, es una ínsula peculiar. Es un fenómeno, que en nada se asemeja a los restantes 42 municipios del estado. Tiene tres vectores que constantemente se diputan la autoridad municipal; de eso, se derivan roces entre ese compacto triángulo de afecto y de saqueo.
Uno, por supuesto, es la alcaldesa Mónica Villarreal Anaya.
El otro, su expareja Mario Leal.
Y el peninsular -español-, Antonio César Verdeal actual esposo de la presidenta municipal.
Mario, ante la llegada de Verdeal, fue desplazado o al menos achicado en sus deseos de incorporarse a los beneficios derivados del poder. Para sortear ese inconveniente, utiliza a sus hijos para gozar, aunque sea por los oficios de sus vástagos que como se infiere son también hijos de la alcaldesa.
No le va tan mal a Leal.
Desde los tiempos de su suegro Américo Villarreal Guerra, fue relegado a segundo término por su afición a la vida loca y su impericia para los negocios. Se vio envuelto en varios escándalos como el robo de energía a la CFE en sus empresas y deudas de diversos tipos que le hicieron fama de holgazán.
Su hijo, actualmente lo ayuda, no como quisiera o como dice merecer Mario, con apoyos menores.
Tiene razón Leal en sentirse marginado en la presidencia municipal.
Antonio César, como primer damo del puerto, tiene privilegios por el rol social que en el presente le toca jugar.
El español, se asegura, ha sido el responsable de cambiar a los jefes de prensa -lleva cuatro la alcaldesa, en casi un año y medio de la administración- y otros funcionarios municipales de menor calado.
La secretaría de Obras Públicas, le rinde pleitesía al venido de ultramar.
Eso por supuesto le cae en el hígado a Leal.
¿Cómo que el advenedizo se lleva buena parte del tesoro?
¿Cómo Antonio César, se convirtió de pronto en el príncipe de las Huastecas?
Tiene mucha dosis de farsa esa historia, arrullada por las aguas del Pánuco.
En medio de todo, la disputa descarnada, grotesca, familiar por el presupuesto de los tampiqueños.
Todos le meten mano -o más bien, uña- al dinero de la comunidad. El resultado: servicios públicos colapsados, mantenimiento nulo de las redes de agua potable y drenaje de la ciudad y resultados patéticos a la vista de todos.
Mónica mareada por la miel del triunfo -que aún no se disipa-, ni le interesa resolver las contradicciones en casa, ni solucionar los problemas de la población.
El pueblo, lejos de los líos familiares de los Villarreal-Leal-Verdal, ya quieren que termine la telenovela que les tocó vivir