CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.

       

Las corporaciones de Protección Civil en Tamaulipas sobreviven en condiciones tan difíciles que, en algunos casos, rozan lo heroico. En casi todos los municipios se repite la misma escena: bomberos que acuden a incendios con camiones viejos, paramédicos que improvisan camillas con tablones, y rescatistas que trabajan jornadas extenuantes con uniformes remendados. Es una realidad silenciosa, pero alarmante.

Cada emergencia pone a prueba no solo su valor, sino también su capacidad para enfrentar la carencia. Lo que debería ser una respuesta inmediata y profesional, muchas veces se convierte en una lucha contra el tiempo y contra la falta de recursos. El resultado: vidas en riesgo, demoras inevitables y una sensación de impotencia entre quienes dan todo por auxiliar a los demás.

Las historias se repiten. Un incendio que no pudo ser sofocado a tiempo porque el camión se quedó sin agua. Un accidente donde la ambulancia tardó porque solo había una disponible para toda la zona. Una inundación donde los rescatistas tuvieron que usar lanchas prestadas. Son hechos que no deberían suceder en un estado con el potencial y la estructura que tiene Tamaulipas.

La realidad es que las corporaciones de Protección Civil trabajan al límite. No por falta de voluntad, sino por falta de medios. Y en esa diferencia se juega el destino de muchas vidas.

Frente a un panorama de crecimiento urbano acelerado, más tráfico y más fenómenos naturales extremos, los cuerpos de auxilio no pueden seguir dependiendo del esfuerzo individual. Requieren planeación, presupuesto y un programa de fortalecimiento que los coloque a la altura de las necesidades actuales.

No se trata de señalar culpables, sino de reconocer un problema estructural que ha sido postergado por años. Las ciudades crecen, las emergencias aumentan, pero los equipos son los mismos. Y el personal, además de escaso, carece de incentivos, capacitación constante y seguridad laboral.

Urge una estrategia integral. Que cada municipio cuente con unidades en condiciones óptimas, con personal suficiente y con herramientas modernas. Que haya mantenimiento preventivo, abastecimiento de insumos y coordinación efectiva con las instituciones de salud y seguridad pública.

También es fundamental profesionalizar la labor de los cuerpos de rescate. La preparación técnica puede marcar la diferencia entre salvar una vida o perderla. Un programa estatal de capacitación continua, con certificaciones y estímulos, daría solidez a un sistema que hoy se sostiene, más que nada, en la experiencia empírica de su gente.

La sociedad también debe involucrarse. Las brigadas ciudadanas, la educación en primeros auxilios y la cultura de prevención son complementos indispensables para reducir el impacto de los siniestros. La protección civil no empieza con la sirena; empieza con la conciencia.

La coordinación entre municipios, por su parte, debe ser más ágil y efectiva. Las emergencias no conocen límites territoriales. Un incendio en un ejido o un accidente en carretera puede requerir apoyo inmediato de localidades vecinas. Para ello se necesita tecnología, comunicación y protocolos claros.

El cambio climático ha elevado la frecuencia y la intensidad de las contingencias: lluvias atípicas, calor extremo, incendios forestales y tormentas eléctricas. Cada fenómeno demanda una capacidad de respuesta que, hoy por hoy, está por debajo de lo deseable.

Y sin embargo, pese a todo, los elementos de Protección Civil cumplen. Acuden, rescatan, auxilian, apagan, trasladan. Lo hacen con lo que tienen, y muchas veces poniendo de su propio bolsillo para reparar un vehículo o comprar una herramienta.

Esa vocación merece algo más que aplausos. Merece un respaldo institucional serio, constante y planificado. Porque detrás de cada llamado de auxilio hay vidas en juego, y no siempre habrá tiempo para improvisar.

Invertir en Protección Civil no es un lujo: es una obligación moral y legal del Estado. Es proteger el futuro, reducir pérdidas y demostrar que la vida humana está por encima de cualquier cálculo presupuestal.

Los gobiernos deben entenderlo así: no se trata de gastar más, sino de gastar mejor. Equipar, capacitar, planear, prevenir. Las sirenas no deberían sonar como un recordatorio de carencias, sino como símbolo de eficacia y esperanza.

La grandeza de un gobierno se mide también en su capacidad de auxiliar. Y en Tamaulipas, esa capacidad necesita, con urgencia, más manos, más motores y más voluntad.

ASÍ ANDAN LAS COSAS.

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