DE PRIMERA…. LA DAMA DE LA NOTICIA

POR ARABELA GARCIA …..

Del narco al político incómodo: si ya no obedeces, no eres enemigo, eres cadáver en construcción.

Por siglos —sí, siglos, porque esto ya no es política, es tradición milenaria— el gobierno, ese ente etéreo pero bien afilado, ha sido el mejor creador de realidades paralelas. Ha parido sindicatos, ONGs, asociaciones fantasmas, grupos “disidentes” de utilería, y hasta enemigos perfectamente calculados. Todo con una precisión quirúrgica, no para gobernar, sino para controlar. Y cuando algo se les sale del corral, no dudan en usar el hacha.

El sistema —ese Frankenstein binacional con piezas de Washington y retazos de Palacio Nacional— se construyó no en elecciones, sino en acuerdos de cantina, sobornos bajo la mesa y expedientes que duermen en cajones hasta que conviene despertarlos. Se tardaron 18 años en armar su criatura, la alimentaron, la vistieron de pueblo y la soltaron con la promesa de la transformación. Pero ¿de qué sirvió tanto tiempo de incubación si terminó siendo más de lo mismo, pero con TikTok y conferencias mañaneras?

Cuando el Sistema se Cansa de sus Monstruos… los Manda a Dormir al Panteón de las Coincidencias

Colosio, Cantú, helicópteros caídos y narcos desobedientes: el sistema nunca falla, solo ajusta cuentas

Y cuando la criatura se rebela o simplemente ya no sirve, el sistema hace lo que mejor sabe hacer: destruir lo que creó. Como cualquier capo que le da la bendición a su sicario antes de mandarlo al matadero. Ahí está Colosio, con su discurso que olía a independencia. Rodolfo Torre Cantú, con aspiraciones peligrosamente limpias. O el helicóptero que cayó en Puebla, con Martha Erika y Rafael Moreno Valle a bordo, coincidencia, claro. Porque en este sistema las coincidencias siempre se estrellan en Navidad.

Y ni hablemos de la delincuencia organizada. Porque organizada sí está… pero por quién, es la verdadera pregunta. Crecieron con la bendición del Estado, con rifles que cruzan fronteras y protección que no viene del cielo. ¿Y ahora? Ahora resulta que son el problema nacional. Claro, ahora que no obedecen. Ahora que no pagan su diezmo. Ahora que ya no caben bajo la alfombra. El monstruo ya no cabe en el closet, y como buen Frankenstein, exige ser reconocido como hijo legítimo del sistema que lo gestó.

¿Soluciones? Claro, ahí está El Salvador con su nuevo reglamento escolar. Porque el problema era el cabello largo y no la corrupción endémica o la violencia estructural. Bukele cree que un corte militar y un saludo en la puerta construirán el país que soñamos. Pues bien, al menos tienen un sueño, porque nosotros aquí seguimos en esta pesadilla de 100 años de gobiernos mal doblados.

Y mientras tanto, en México seguimos esperando una transformación que, honestamente, nunca fue posible. No puedes transformar algo que se pudrió desde los cimientos. Solo puedes demoler y empezar de cero. Pero para eso se necesita valor. Y el valor, amigos, no está en Palacio. Está en las calles, en la gente que no sale en las fotos oficiales. Aunque claro… a esos también los inventa el sistema cuando conviene.

Matamoros y su Callejonada: El Corazón que Empieza a Latir

En una ciudad donde a veces parece que lo único que crece es la desconfianza y el pavimento roto, algo tan simple como una fiesta callejera puede parecer milagro. Pero no lo es. Es simplemente lo que pasa cuando el pueblo toma aire, se reúne, se reconoce en el otro y vuelve a caminar por sus calles sin miedo. Eso fue la Callejonada en Matamoros: un recordatorio de que la vida, la buena vida, aún se puede vivir aquí.

Y no, no estamos hablando de un festival monumental con drones, influencers y fuegos artificiales financiados con millones del erario. Estamos hablando de una calle viva, de música, baile, comida, risas y, lo más importante: seguridad. Porque una ciudad puede tener puentes, puede tener maquilas, puede tener funcionarios bien peinados, pero si no tiene corazón, no tiene nada.

Y ese corazón late en el centro, en el pueblo que camina sin voltear a ver si viene una patrulla o una moto sospechosa. El evento pasado de la Callejonada fue una bocanada de oxígeno en una ciudad que necesita más que discursos: necesita motivos reales para sonreír sin miedo.

La fiesta no es lujo. Es medicina.

En Matamoros, como en muchas ciudades del país, la fiesta se había convertido en un lujo. Una rareza. Algo que solo pasaba si alguien ganaba una elección o si venía algún artista de medio pelo a lavar dinero con un concierto. Pero no. La fiesta auténtica, la del barrio, es una necesidad colectiva. Porque cuando hay fiesta hay calle, hay comercio, hay convivencia y, sobre todo, hay esperanza.

Y ojo, esto no se trata de vivir en la negación, ni de ignorar los problemas de fondo. Nadie está diciendo que una callejonada va a resolver la inseguridad, el desempleo o la corrupción. Pero sí puede ser el inicio de una nueva forma de ver la ciudad. Una donde la gente se apropia de su espacio, donde no solo se sobrevive, sino se disfruta.

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