CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
No hay peor insulto a la democracia que ver llegar al Congreso a alguien que jamás pidió un voto. En México, ese insulto tiene nombre y apellido: diputaciones plurinominales.
Nacieron en los años setenta con la loable intención de dar voz a las minorías políticas. Medio siglo después, la realidad las ha degradado a otra cosa: un refugio dorado para políticos de carrera que, sin sudar una campaña, se acomodan en una curul.
La presidenta Claudia Sheinbaum ya puso sobre la mesa una reforma electoral que, entre otras cosas, pretende eliminar esta figura. Y es momento de decirlo sin medias tintas: es una buena idea.
Porque lo que en teoría era pluralidad, en la práctica se convirtió en una lista de “invitados VIP” que los partidos asignan a discreción. Ahí entran exgobernadores cuestionados, operadores electorales, familiares políticos o simples amigos del dirigente en turno.
¿Mérito? Cero. ¿Capital político? El de su apellido o el de sus favores pasados. Lo demás es puro discurso.
En Tamaulipas lo sabemos bien. La lista plurinominal ha servido para reciclar a figuras que, en elecciones, no habrían sobrevivido ni al primer debate. A veces son nombres tan lejanos al ciudadano que, de no ser por su fotografía oficial en el portal del Congreso, nadie sabría que existen.
Pero no es sólo el acomodo fácil: las pluris también se han convertido en la vía exprés para conseguir fuero. Ese blindaje legal que, por tres o seis años, convierte a un político en intocable, aun con expedientes abiertos o cuentas pendientes con la justicia.
La diputación plurinominal es la “puerta trasera” del poder legislativo. Mientras el candidato de mayoría recorre calles, recibe insultos y pide votos, el aspirante pluri descansa tranquilo: su asiento y su fuero ya están reservados.
El argumento de que garantizan pluralidad, y representan a las minorías, suena hueco en un país donde los partidos usan esa vía para premiar lealtades internas, no para abrir espacios a nuevas voces.
El ciudadano común percibe esa desigualdad. Percibe que hay legisladores que llegaron al cargo con el respaldo del pueblo y otros que llegaron con el respaldo de un comité partidista reunido a puerta cerrada.
Si de verdad queremos un Congreso representativo, que los escaños se ganen en las urnas. Y si un candidato quedó en segundo lugar, pero obtuvo un respaldo significativo, que se le dé el espacio como minoría. Al menos ese sí convenció a miles de personas.
Además, las plurinominales han sido un escudo para personajes que huyen de la rendición de cuentas. Basta con colarse a la lista y el fuero constitucional los protege de citatorios, cateos y sentencias incómodas.
Tamaulipas, como otros estados, ha sido testigo de cómo estas curules blindan a políticos cuestionados. Es un privilegio que ofende al electorado y erosiona la confianza en las instituciones.
Eliminar las plurinominales no significa acallar minorías. Significa obligar a todos, mayorías y minorías, a salir a la calle, a pedir el voto, a convencer. A rendir cuentas al ciudadano y no a la cúpula de su partido.
La democracia no es una cortesía que se reparte entre conocidos. Es un contrato entre el ciudadano y su representante, sellado con votos. Y ese contrato debe cumplirse.
Quienes se oponen a la eliminación argumentan que se perderá pluralidad. Lo que no dicen es que la pluralidad no se pierde cuando se construye desde el trabajo político real. Lo que se pierde es el privilegio de colocar a incondicionales sin pasar por las urnas.
En un país que exige transparencia, la eliminación de las plurinominales es un paso natural. Un paso que devolvería dignidad al Congreso y confianza al votante.
La política debe ser un terreno parejo. Sin sillas reservadas. Sin listas secretas. Sin refugios para los sin votos… y sin atajos para blindarse con fuero.
Porque si un político quiere el privilegio de representarnos, que empiece por ganárselo en la calle, con el pueblo. No con la firma de un dirigente partidista y la promesa de inmunidad.
El reto para el Congreso será aprobar una reforma que rompa con décadas de acomodo y simulación. Y el reto para nosotros, como ciudadanos, será vigilar que esa puerta trasera al poder quede cerrada para siempre.
Adiós al refugio de los sin votos.
ASI ANDAN LAS COSAS.