Columna la R-Evolución

Rodrigo Pérez
El refrán “Dime con quién te juntas, y te diré quién eres”, guarda una verdad profunda
que atraviesa culturas, países y generaciones, porque bien dicen que lo que nos rodea,
nos moldea.
Desde la sociología, esto se entiende como influencia de grupo, es decir que un grupo
puede afectar el comportamiento, las actitudes, y las creencias de sus miembros. En
palabras simples: si te juntas con cinco deportistas, seguramente te pondrás los tenis.
Si te rodeas de cinco amantes de la lectura, tarde o temprano abrirlas un libro.
Piénsalo por un instante, si convives con cinco personas que viven en queja, más
rápido que lento comenzarás a normalizar ese lenguaje, y aunque tú no lo creas, eso
enferma. En cambio, si compartes tus días con cinco personas que viven en armonía
consigo mismos y agradecen lo bueno que la vida les da, lo más probable es que
tengas estabilidad emocional y el ser agradecido será parte de tu vida diaria.
Somos red, vínculos, seres sociales, reflejos unos de otros, en ese contexto siempre
será mejor elegir bien, a las personas o grupos con los que queremos relacionarnos, y
no se trata de nivel social, cultural o de credos, sino de buenas actitudes, buen
comportamiento.
Para Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza, ya que no puede vivir
aislado y sin contacto social. Este filósofo, calificaba al hombre como un “animal
político”, con característica social de nacimiento, racional, que vive en comunidades,
que se asocia con otros individuos, ya que se necesitan para sobrevivir y así debe ser
hasta el fin de la humanidad, pero las convivencias armoniosas se dan entre afines.
Cierto es que existe la coexistencia en este mundo, se convive en comunidad desde
que se nace. Un hombre aislado no puede desarrollarse como persona y de ahí nuestra
tendencia a agruparnos en vez de aislarnos. El humano continúa inventando formas de
comunicarse y convivir en sociedad, un claro ejemplo son las redes sociales, o estas
plataformas informativas, pero también ahí es bueno elegir qué información
consumimos, que es lo que nos identifica como personas individualmente.
El hombre necesita vivir en sociedad, necesita de los otros para comunicarse, expresar
sus sentimientos, sus emociones y pensamientos, inclusive satisfacer sus funciones
físicas y espirituales, debido a que individualmente el humano es autosuficiente y en
muchas ocasiones se requiere la ayuda y protección de los de su especie, pero se
reitera, siempre será mejor saber con las que nos relacionamos.
Tus vínculos te construyen, te inspiran, te apagan o te destruyen.
Los psicólogos aseguran que el entorno emocional al que pertenecemos es
determinante para nuestro bienestar. A veces no necesitas cambiar nada dentro de ti:

lo que necesitas es cambiar el ambiente que te rodea, dejar de respirar toxicidad, y
darte permiso de habitar espacios donde no tengas que defender tu esencia.
Pero esto va más allá de con quién te juntas. Porque también, tú eres con quien te
relacionas a diario. Desde la filosofía, no se trata solo de buscar buenos ambientes,
sino de convertirte tú en un buen ambiente para ti y para otros.
La educación nos enseña que el aprendizaje no sucede en el vacío: florece en entornos
seguros, afectivos, inspiradores. Por eso, no es exagerado decir que quien se rodea de
amor, aprende a amar; y quien se rodea de respeto, aprende a respetar. En cambio,
quien crece en la violencia muchas veces la reproduce, porque no conoció otro idioma.
De ahí la necesidad de crear buenos entornos como una forma de prevenir el caos y
dolor futuro.
Por lo tanto, rodéate de quienes te eleven. Y sé tú también la fuerza, las alas que
ayuden a otros a volar. El cambio profundo empieza por hacer de ti un entorno fértil
para el amor propio, para la conciencia, para la transformación. Porque tú no eres solo
lo que piensas. Eres también el aire que respiras, lo que dices, las palabras que
escuchas, los abrazos que permites, y los vínculos que eliges. Y cuando eliges bien, el
futuro es mejor.