Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Imagina un tablero de Turista Mundial, donde el Estrecho de Ormuz no es solo una casilla más: es el corazón petrolero del planeta, la propiedad dorada donde todos quieren caer, pero nadie quiere compartir.
Por ese estrecho —estrecho en nombre, pero inmenso en poder— pasa el 30% del petróleo marítimo mundial, más de 19 millones de barriles al día.
Si alguien bloquea ese paso, como si pusiera un candado en la avenida principal del juego, las fichas no solo se detienen: los precios globales se dispararían más del 200%, según advierte el FMI (Fondo Monetario Internacional, organismo internacional que promueve la estabilidad económica global).
Un solo barco hundido… y el mundo arde.
La partida actual: una jugada que podría incendiar el tablero.
Así está el juego ahora: Estados Unidos lanza una carta agresiva, como si comprara tres propiedades clave de Irán —Fordow, Natanz, Isfahán (instalaciones nucleares iraníes clave)— y las destruyera con un ataque sorpresa. Teherán grita: “¡Perdimos 224 casas!”. Las sombras en el mercado susurran: “Fueron 639”.
Nadie sabe el precio real, pero el tablero huele a ruinas y a revancha.
La mansión americana tiembla. Trump (Donald Trump, expresidente de EE.UU. y figura política influyente), magnate político y económico mundial, golpea el tablero: “¡Irán no tendrá rascacielos nucleares!”.
A su lado, Lindsey Graham (senador republicano de Carolina del Sur, especializado en política exterior, defensa y seguridad nacional) compra propiedades con entusiasmo.
Pero Marjorie Taylor Greene (representante republicana en el Congreso de EE.UU., voz prominente del trumpismo) frunce el ceño: “¡Basta de hipotecar nuestras casas en guerras eternas!”.
Las bases militares en el Golfo parecen hoteles cinco estrellas en una zona roja.
Mientras tanto, las milicias chiitas, hutíes (grupo rebelde yemení respaldado por Irán) y Hezbolá (organización político-militar libanesa apoyada por Irán) actúan como vecinos ruidosos, sin muchas propiedades, pero con ganas de incendiar todo.
Hamás (movimiento islamista palestino) y Al-Asad (Bashar al-Asad, presidente de Siria), terrenos abandonados, todavía tienen poder para colapsar vecindarios enteros.
Los jugadores invisibles mueven fichas con estrategia fría.
Rusia y China no hacen ruido, pero compran lotes estratégicos con billetes bien contados.
Putin (Vladimir Putin, presidente de Rusia) vende gas a una Europa temblorosa.
Cada vez que el mundo mira a Ormuz, él avanza tres casillas en Ucrania sin que nadie lo note.
China juega con la astucia de un dragón: compra petróleo iraní con hasta 40% de descuento, mientras expande su avenida Franja y Ruta (iniciativa global de infraestructura liderada por China) como quien coloca estaciones en cada zona de control.
Si EE.UU. malgasta su capital militar, China podría quedarse con Taiwán… sin tirar un solo dado.
El nuevo mapa de juego.
El consorcio Occidental: EE.UU., Israel, Reino Unido, Japón, Corea del Sur.
Tienen los terrenos caros… pero Europa duda, congelada sin gas. El bloque de la Resistencia: Irán, Rusia, China.
No son aliados por amor, sino por conveniencia. Los especuladores neutrales: India, Brasil, Turquía.
Cuentan billetes y esperan al mejor postor. La ONU (Organización de las Naciones Unidas, organismo internacional para la cooperación global), como junta de propietarios, suplica: “¡Negocien!”. Pero los vetos de Rusia y China hacen que las decisiones se atasquen como dados que no giran.
Y si este no es solo un juego…
Una guerra mundial no sería una tirada de dados.
Sería un terremoto que rompe el tablero entero, reventando reglas, alianzas, monedas, mercados y certezas.
El dólar dejaría de ser la ficha universal.
El petróleo perdería su trono como casilla clave.
Nuevas fichas como la inteligencia artificial, el litio, el agua o los datos podrían dominar el nuevo juego.
Países hoy irrelevantes podrían ser el próximo “Paseo de la Reforma”. Y los actuales gigantes… podrían quedar sin propiedades, sin crédito y sin turnos.
Ormuz no es una jugada más: es un juego de suma cero. Si se paraliza, colapsan las economías importadoras como India, Japón o Corea del Sur.
Y ni Rusia ni China pueden salvar a un mundo donde el petróleo es más caro que la paz.
El toro negro del caos ya espera en el centro del tablero. ¿Firmarán un trato a tiempo? ¿O seguirán tirando dados hasta que el tablero arda?
Porque si en este Turista global todos quieren ganar sin negociar, habrá una sola verdad: cuando la mecha de Ormuz se consuma, no habrá fichas, ni hoteles, ni planeta… que salvar.