Columna Especial Económica y Financiera.

Dr. Jorge A. Lera Mejía

Investigador nacional Nivel 2 del Conahcyt. Línea de investigación Desigualdad, Migración y Remesas. [email protected]

Vivimos en una época inédita, marcada por un profundo cambio paradigmático que sacude los cimientos del orden mundial. El frágil equilibrio que durante décadas sostuvo la convivencia entre naciones se ha visto alterado por el resurgimiento de conflictos regionales, muchos de los cuales arrastran a potencias antes ajenas o indiferentes. Esta escalada bélica no solo amenaza la paz mundial, sino que también tiene consecuencias devastadoras para el medio ambiente, acelerando el cambio climático y poniendo en riesgo la supervivencia de las generaciones futuras.

Las democracias, otrora baluartes de estabilidad y derechos, atraviesan una crisis de legitimidad y eficacia. Países que aspiraban a fortalecer sus instituciones democráticas, como México, enfrentan hoy el retroceso de libertades fundamentales y un aumento alarmante de la inseguridad. El tejido social se desgarra ante la erosión de la confianza en las autoridades y la proliferación de discursos polarizantes. La ciudadanía, desilusionada, observa cómo los valores democráticos se diluyen ante la presión de intereses particulares y la incapacidad de los gobiernos para responder a los desafíos contemporáneos.

En este contexto de incertidumbre, las políticas migratorias de Estados Unidos y Europa han adoptado un tono cada vez más restrictivo y punitivo. El endurecimiento de las fronteras y la implementación de redadas masivas para deportar a migrantes indocumentados han generado una crisis humanitaria de proporciones alarmantes. Los migrantes, que en muchos casos han contribuido de manera significativa al desarrollo económico y social de los países receptores, son ahora objeto de campañas de odio y discriminación. Esta regresión, alimentada por la xenofobia y el miedo al otro, amenaza con fracturar aún más a unas sociedades ya polarizadas.

Los países expulsores de migrantes, por su parte, se ven forzados a recibir de vuelta a ciudadanos que, tras años de ausencia, regresan en condiciones precarias y sin garantías de reinserción. El círculo vicioso de la migración forzada, la violencia y la exclusión se perpetúa, generando tensiones que trascienden fronteras y comprometen la estabilidad global.

Ante este panorama, la única vía sostenible para revertir el deterioro social, político y ambiental es el fortalecimiento del diálogo y la diplomacia. La historia demuestra que los conflictos armados y las políticas de exclusión solo generan sufrimiento y resentimiento. Por el contrario, la cooperación internacional, basada en el respeto mutuo y la búsqueda de soluciones compartidas, ha permitido superar crisis aparentemente insalvables.

Es imperativo reactivar los mecanismos multilaterales de negociación, como la Organización de las Naciones Unidas y otros foros regionales, para abordar de manera integral las causas profundas de los conflictos: la desigualdad, la falta de oportunidades, la degradación ambiental y la corrupción. La diplomacia debe priorizar la prevención de conflictos, la protección de los derechos humanos y la promoción de la justicia social. Solo así será posible restaurar la confianza entre los pueblos y garantizar un futuro más justo y pacífico.

En el ámbito migratorio, urge adoptar políticas basadas en la dignidad humana y el reconocimiento de la contribución de los migrantes al desarrollo global. La regularización de su estatus, el acceso a servicios básicos y la integración social son medidas que benefician tanto a los países de origen como a los de destino. La cooperación internacional puede facilitar programas de retorno voluntario, capacitación laboral y desarrollo comunitario, mitigando así las causas estructurales de la migración forzada.

La educación para la paz y la tolerancia debe ser un pilar fundamental en la reconstrucción del tejido social. Fomentar el entendimiento intercultural y el respeto por la diversidad es esencial para contrarrestar los discursos de odio y prevenir la radicalización. Solo a través del diálogo sincero y la diplomacia activa podremos construir un mundo más humano, resiliente y solidario, capaz de enfrentar los retos de nuestro tiempo.

Reflexión final

El diálogo no es solo responsabilidad de líderes políticos o instituciones internacionales. Cada persona, desde su lugar, puede ser agente de cambio al promover la escucha, el respeto y la cooperación. En tiempos de crisis mundial, la suma de pequeñas acciones cotidianas puede contribuir a transformar el clima social y abrir caminos hacia la paz y la reconciliación.

En un contexto global donde los conflictos, la polarización y la incertidumbre parecen dominar la agenda, cada persona puede ser agente de cambio y contribuir a la construcción de puentes a través del diálogo…