SINGULAR.

Por Luis Enrique Arreola Vidal.

Tamaulipas, el feudo donde ser local es un delito y el acento chilango, un boleto dorado al poder.

En el epicentro de este circo reina Norberto Barrón Barragán, el capo del Cártel del Reclutamiento Chilango, un burócrata que reparte cargos como si fueran tortas de tamal en la Merced.

¿Competencia? ¿Talento? Puras quimeras. Aquí solo importa no haber nacido en Tampico, Victoria o Matamoros.

Barrón, el padrino de la nómina, ha transformado la Secretaría Particular en una taquería de Polanco. ¿Director de Giras? Alberto Núñez, chilango de abolengo. ¿Jefe de la Oficina del Gobernador? Dr. Ricardo Guerrero, otro capitalino con aires de emperador. ¿El que limpia la oficina? Un chilango que le hizo el paro a sus compas en Sullivan cuando venía la chota. “¡Los tamaulipecos no sirven ni para el aplauso!”, ruge Barrón, firmando cheques con olor a café de la Condesa.

En la Secretaría de Salud, el nepotismo es un culebrón de Televisa. Rumores —más fiables que el Diario Oficial— juran que la mamá de alguien manda en enfermería Irma Barragán. ¿Nepotismo?

No, es el organigrama familiar del cártel. Si la abuelita acaba dirigiendo quirófanos, no te sorprendas: aquí el parentesco es el nuevo currículum.

La UAT, joya tamaulipeca, es para Barrón un kínder con Wi-Fi. ¿Estudiaste en Victoria? Eres un don nadie. ¿Vienes de la Ibero? Toma tu Suburban y un pedazo de estado para jugar al virrey. Mientras, los medios locales roncan y los nacionales se regodean con el ridículo diario del equipo de Américo Villarreal.

¿Quieres un puesto, paisano? Finge que naciste en la Nápoles, alquila un loft en la Roma y borra tu acento de Río Bravo.

Con Norberto Barrón, el talento local es estiércol, la dignidad es outsourcing y Tamaulipas, una colonia chilanga.

¡Que truene el cártel!