CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA

La reciente visita de Julio Berdegué Sacristán, secretario de Agricultura federal, a Ciudad Victoria, pareció algo más que una gira de rutina. Llegó con promesas, discursos y, sobre todo, con algo que no se veía desde hace años: una chispa de esperanza para el campo tamaulipeco, que desde 2018 ha sido víctima de una política federal de tierra quemada.

El funcionario habló de confeccionar un “traje a la medida” para los productores del estado. Y aunque nadie sabe aún de qué tela estará hecho ni si alcanzará para todos, lo cierto es que esas palabras encendieron una ilusión largamente reprimida en agricultores y ganaderos. Porque, seamos francos: después de seis años de total abandono, cualquier señal de atención suena a redención.

Berdegué no vino solo a prometer. También vino a reconocer lo que muchos en la burocracia federal prefieren ignorar: que en Tamaulipas hay un gobernador que gestiona, que toca puertas, que presiona por lo que su estado necesita. Y ese reconocimiento a Américo Villarreal Anaya no es menor. En un sexenio anterior donde la gestión estatal se topaba con oídos sordos y ventanillas cerradas, hoy al menos se abren diálogos.

El problema es que el campo ya no puede esperar más. Las consecuencias del abandono federal son tangibles y devastadoras. En solo dos años, más de 100 mil hectáreas productivas han quedado en el olvido, y cada ciclo agrícola sin apoyo suma a la estadística de la desesperanza. No es drama: es sobrevivencia. Familias enteras han dejado sus parcelas para lanzarse a las ciudades, no por gusto, sino por hambre.

Los números son brutales. La producción de granos, que solía promediar tres millones de toneladas al año, apenas supera los dos millones en los últimos ciclos. Y no es por falta de voluntad de los productores, sino por la ausencia total de financiamiento, insumos subsidiados y política pública real. Sin créditos, no hay siembra. Y sin siembra, no hay futuro.

El “traje a la medida” ofrecido por Berdegué podría ser, con suerte, una tabla de salvación. Pero también podría ser la última llamada antes del colapso definitivo. Porque si esta vez la federación vuelve a fallar, el campo tamaulipeco no solo entrará en crisis: podría extinguirse como actividad económica viable.

Ojalá esta vez las palabras no se queden en eso. Ojalá el traje no sea de papel. Porque el campo no resiste otra simulación. Ya lo vendieron como prioridad en campañas pasadas y lo tiraron al abandono apenas acabó la elección.

Hoy, más que esperanza, hace falta cumplimiento. Que la visita de Berdegué no sea un episodio más en la larga lista de promesas rotas. Que esta vez sí se entienda que sin campo no hay país. Y que en Tamaulipas, el reloj del agro está a punto de marcar la medianoche.

Sería deseable, además, que los nuevos apoyos no se queden atrapados en la telaraña burocrática que tanto ha asfixiado al campo. Que no sean programas llenos de requisitos imposibles, ni padrones amañados, ni reparto discrecional para clientelas políticas. El campo no necesita caridad, sino justicia: reglas claras, apoyos reales y transparencia en la distribución.

Tamaulipas tiene potencial. Tierra fértil, productores experimentados, y una tradición agrícola y ganadera que resiste a pesar del abandono. Lo único que ha faltado es voluntad política y sentido de responsabilidad desde el centro del país. Si ahora esa voluntad existe, es momento de demostrarla con hechos. Porque si el traje a la medida no llega a tiempo, lo único que quedará por confeccionar será la mortaja del campo tamaulipeco.

ASI ANDAN LAS COSAS.

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