Por Luis Enrique Arreola Vidal.

El imperio yankee ha desenfundado su revolver, y Morena está en la mira.

Como en una película de Tarantino, Washington ha decidido que es hora de ajustar cuentas con el partido que se jacta de ser la voz del pueblo mientras sus cimientos tiemblan bajo el peso de escándalos.

La cuerda, como siempre, se rompe por lo más delgado, y los primeros en caer son los peones de un ajedrez donde los reyes y reinas aún se escudan en discursos de soberanía.

Pero el telón de esta farsa está por caer, y el estruendo será ensordecedor.

El primer disparo resonó en Matamoros, Tamaulipas. El 17 de abril de 2025, el alcalde morenista Alberto Granados Favila intentó cruzar a Brownsville para una reunión con empresarios texanos.

Lo que encontró fue un pelotón de agentes de Homeland Security, la DEA y el FBI esperándolo en el puente internacional.

Tras seis horas de interrogatorio, su visa fue revocada por presuntos vínculos criminales, según un informe filtrado por el Departamento de Estado al Washington Post.

Granados, quien en 2021 prometió “limpiar” Matamoros, es ahora el trofeo inicial de una lista de 127 políticos mexicanos —90% de ellos con la bandera guinda de Morena— que el Tío Sam tiene en su “lista negra”, según fuentes consultadas por este medio.

El segundo golpe cayó como un martillo en Baja California.

La gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda y su esposo, Carlos Torres Torres, fueron despojados de sus visas el pasado sábado, en un anuncio que la mandataria hizo a medianoche, con la voz entrecortada, desde el Palacio de Gobierno en Mexicali.

¿La razón? El gobierno de Donald Trump los señala por presunto lavado de dinero ligado a contratos de obra pública, según un expediente de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC).

Este no es un simple trámite migratorio; es un misil diplomático disparado desde la Casa Blanca, donde Trump, con su característico desprecio por las sutilezas, parece disfrutar apretando las tuercas a México.

Pero la verdadera bomba está armada y lista para detonar.

La entrega voluntaria de 14 familiares de Joaquín “El Chapo” Guzmán a las autoridades estadounidenses, liderada por su hermano Aureliano Guzmán Loera, alias “El Guano”, el 3 de mayo en Nogales, Arizona, tiene a Morena al borde de un infarto político.

Según un informe de la DEA obtenido por The New York Times, esta rendición no es un acto de arrepentimiento, sino una negociación para delatar a figuras clave del Cártel de Sinaloa y sus aliados en el poder.

Los nombres de gobernadores, senadores y hasta secretarios morenistas comienzan a flotar en los expedientes, amenazando con destapar una cloaca de nexos entre el narco y las campañas de 2018, 2021 y 2024.

¿Quién financió esos mítines multitudinarios? ¿Cuántos billetes verdes pasaron por manos manchadas de sangre?

El Departamento del Tesoro y la DEA no duermen, y sus investigaciones por lavado de dinero y narcotráfico apuntan cada vez más alto, rozando al expresidente Andrés Manuel López Obrador y a su sucesora, Claudia Sheinbaum.

Hablemos ahora del “huachicol”, ese monstruo que no solo sangra a Pemex, sino que ha lubricado la maquinaria electoral de Morena.

En el sur de Tamaulipas, un alcalde, está en el ojo del huracán.

Según una denuncia presentada en la Corte Federal del Distrito Sur de Texas, habría sido el conducto para canalizar 700 millones de pesos del “huachicol fiscal” hacia las arcas de Morena, bajo la supervisión del difunto Sergio Carmona, conocido como “el Rey del Huachicol”.

Carmona, asesinado en 2021, dejó un rastro de transferencias bancarias que la OFAC rastrea desde 2022, implicando a figuras como los gobernadores Rubén Rocha Moya de Sinaloa y otro Gobernador.

Estos fondos, según el expediente TX-2024-387, financiaron no solo campañas tamaulipecas, sino la maquinaria nacional de Morena, con el conocimiento de López Obrador y su círculo íntimo.

Y mientras el imperio yankee afila sus cuchillos, México se desmorona bajo el legado de un hombre que convirtió la Presidencia en un “siniestro centro de exterminio”.

Durante su sexenio, López Obrador no solo desmanteló el sistema de justicia, la educación, la salud y la transparencia, sino que erigió un culto a su persona que asfixió la democracia.

Sus reformas, como la desaparición del INAI o la militarización de la Guardia Nacional, fueron martillazos contra las instituciones, y su retórica de “el pueblo bueno” camufló una centralización del poder que hoy Claudia Sheinbaum hereda como una maldición.

Sheinbaum, la científica que prometió rigor, continúa aún , atrapada en el guion de su mentor.

Bajo la sombra de un Trump que amenaza con tarifas del 25% y deportaciones masivas, la presidenta se ha convertido en una gerente de crisis.

Y mientras tanto, ¿dónde está AMLO? El “líder moral” de Morena, quien juró no soltar las riendas, se esfumó de la vida pública, recluido en su finca de Palenque, escribiendo memorias que nadie leerá.

Su ausencia es un eco burlón de sus promesas: el mesías tropical dejó a su pupila sola, enfrentando un huracán de escándalos que ella no provocó, pero que tampoco sabe cómo contener.

No hay espacio para la tibieza. Morena, el partido que se vendió como la redención de México, está al borde del abismo, y el imperio yankee no tiene piedad con los débiles.

Cada visa revocada, cada extradición, cada expediente abierto en Washington es una grieta en el castillo de naipes que López Obrador construyó con saliva y populismo.

La pregunta no es si la bomba estallará, sino cuántos quedarán sepultados bajo los escombros. Porque, como dice el refrán, el telón siempre cae, y en esta tragicomedia mexicana, el final promete ser tan estruendoso como humillante.