Golpe a golpe
Por Juan Sánchez Mendoza
La conmemoración del Día Internacional del Trabajo fue instituida hace 136 años –concretamente en 1989–, para honrar a los mártires de Chicago que encabezaron una huelga demandando la reducción de la jornada laboral.
Pero en México (esa evocación) fue reconocida hasta 1923, cuando se produjo un desfile obrero para recordar a los asalariados que cayeron en las masacres de Río Blanco y Cananea, víctimas del fuero desmedido otorgado al rico industrial a principios del siglo XIX.
Al paso de los años la clase trabajadora se robusteció, organizó; cobró más conciencia y las efemérides las usó para plasmar mayores inquietudes y demandas laborales; pero el movimiento obrero fue cooptado a los pocos años de institucionalizarse la revolución. Y aquella insurgencia trabajadora empezó a cambiar por la genuflexión y loas al mandatario en turno, dando al traste por completo al sentido de la gesta.
Los obreros, desde entonces, empezaron a perder su conciencia de clase, hasta transformarse en dóciles instrumentos de la manipulación política, a través de sus dirigentes.
En la época neoliberal, Miguel de la Madrid Hurtado marcó el inicio de un nuevo derrotero nacional: abrió las puertas para que nuestras riquezas dejaran de pertenecer a la nación; que el sector social perdiera fuerza y el sector político se tornara caótico como preámbulo a la llegada de Carlos Salinas de Gortari, quien entregó nuestra economía a la nación más poderosa del mundo para darnos la puntilla con su política neoliberal, mientras nos engañaba con el espejismo del acceso al primer mundo.
Bajo este marco, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, en su oportunidad, gobernaron más para los dueños del dinero que para los obreros; y sumieron a la clase trabajadora en la vil miseria, para luego ceder el cargo a Andrés Manuel López Obrador, quien, por cierto, optó en distanciarse de los sindicatos entreguistas que hasta promovió la aniquilación de toda organización gremial que antepusiera los intereses de los dirigentes ‘charros’ a los reclamos obreros.
El tabasqueño gobernó en un contexto donde el trabajador empezó a tomar conciencia de su realidad y de sus necesidades. Y desde entonces ya no clamó loas a sus dirigentes ni al jefe del Ejecutivo federal.
También decretó un salario mínimo más justo que cada año aumentó por encima del índice inflacionario, doblando el mínimo en la zona fronteriza.
Este primero de mayo se antoja diferente.
No sólo por los desfiles que se desarrollen a lo largo y ancho de la República Mexicana, sino porque en algunas entidades pudiera ser el despertar de nuevas conciencias que corroboren que la lucha obrera no está en vías de extinción.
En México suman 21 millones los obreros que todavía perciben salarios de hambre. Jornales miserables que resultan insuficientes para cubrir al menos la canasta básica; y ofensivos cuando se comparan con los sueldos que se pagan en otros países.
De ahí que los asalariados independientes y las víctimas del infame corporativismo ya se hayan decidido a hacer público su repudio a la política laboral.
Con ello quedaría en claro que la clase trabajadora ya se hartó de ser mediatizada por dirigentes ‘charros’, quienes, durante décadas, con la complicidad gubernamental, la han manipulado hasta el grado de ignorar sus demandas y negarse a escuchar sus quejas públicamente.
Las protestas de la clase trabajadora, por tanto, serían la mejor prueba de que los trabajadores aún desconfían de la relación tripartita gobierno-patrones-dirigentes.
Actualmente, son 9 millones los obreros sindicalizados que, en apariencia, gozan de prestaciones, mientras otros 12 millones carecen de representación gremial, por lo que son presa fácil del abuso patronal.
Esto de acuerdo con un estudio realizado por la empresa Warton Econometric, donde se refiere que México tiene la necesidad de crear un millón de empleos anuales para enfrentar la problemática laboral.
Dicho análisis dice que a los 45 millones de mexicanos que conforman la población económicamente activa, anualmente se suman 3 mil 600 solicitantes de empleo, estrellándose contra una exigua oferta que ahonda la tragedia de miles de familias sin ingresos, y agigantan, a la vez, la pléyade de delincuentes que para sobrevivir recurren a las actividades ilícitas.
Por si fuera poco, la Asociación Mexicana de Estudios para la Defensa del Consumidor, revela que el salario ya perdió el 40 por ciento de su poder adquisitivo; y en lo que va de este año el porcentaje aumenta considerablemente, mientras los incrementos a los productos básicos se han disparado en forma indiscriminada, sobre todo en los productos de la canasta básica, poniendo en grave peligro la sobrevivencia de los trabajadores.
En los últimos 12 años sólo se han generado un millón 500 mil empleos. Es decir, existe un déficit de casi 10 millones de plazas, sin tomar en cuenta que cada año se suman a la sociedad un millón de desempleados, al alcanzar la mayoría de edad, de los cuales sólo el 0.2 por ciento logra obtenerlo.
Por otro lado, cabe destacar que la industria de la representación obrera ha producido miles de siglas –sindicatos, confederaciones, federaciones, asociaciones y frentes–, tanto a nivel federal como estatal y municipal, pero ninguna de esas organizaciones goza de credibilidad.
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