CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.

En Ciudad Victoria, pedir auxilio puede ser un acto desesperado. No por la falta de voluntad de quienes integran las corporaciones de emergencia, sino por la absurda logística que las condena a llegar siempre tarde.

La Cruz Roja, por ejemplo, sigue operando desde la periferia, como si la ciudad siguiera siendo la misma de hace dos décadas. ¿Cómo se puede socorrer con eficiencia a una capital que ha crecido sin freno, si las ambulancias tienen que atravesarla de punta a punta?

La tragedia reciente del motociclista que murió sobre el Boulevard Hombres Ilustres debería estremecer a más de uno. El joven agonizó tirado en el pavimento, con su motocicleta encima, mientras un ciudadano rogaba en vivo por una ambulancia que nunca llegó a tiempo. No es una anécdota: es una denuncia.

La historia se repite, con distinto rostro, cada semana. Y no sólo es la Cruz Roja. También Protección Civil y el cuerpo de Bomberos padecen el mismo mal: una centralización ineficiente que los obliga a recorrer largos trayectos, mientras el fuego consume, el agua ahoga o la sangre se enfría.

No hace falta ser urbanista para entender que una ciudad con más vehículos —muchos de ellos regularizados en los últimos años—, más habitantes y más tráfico, necesita sectorizar sus servicios de emergencia. Urge. Literalmente.

El sentido común, ese que tanto escasea en el diseño de políticas públicas, indica que un minuto puede ser la diferencia entre una herida leve y una muerte irreversible. Pero a la autoridad parece no importarle. Y eso también mata.

¿De verdad es tan difícil pensar en bases alternas, distribuidas estratégicamente? ¿Tan complicado resulta habilitar al menos una estación intermedia que reduzca los tiempos de respuesta? ¿O es que las emergencias también deben esperar turno?

El rezago es criminal. Mientras otras ciudades modernizan sus sistemas de atención, aquí seguimos improvisando con lo mínimo. Y así, lo que pudo ser un rescate oportuno se convierte en una crónica de muerte por omisión.

Ciudad Victoria no puede seguir funcionando como un pueblo con ambulancia. Necesita visión, planeación y voluntad. No se trata de pedir lo imposible: se trata de salvar vidas. ¿O eso tampoco es prioridad?

No se trata solo de infraestructura, sino de dignidad humana. De reconocer que cada vida cuenta y que no hay excusa válida cuando el auxilio no llega porque simplemente no hay quién lo acerque a tiempo. Hacerlo posible no requiere promesas, sino decisiones. Y ojalá quienes gobiernan entiendan, de una buena vez, que en emergencias no hay mañana: o se actúa hoy, o se llora después.

EL RESTO.

LA MISMA PREGUNTA DE SIEMPRE.-Con cada periodo vacacional, las carreteras de Tamaulipas repiten el mismo escenario: interminables filas de vehículos atrapados en los puntos de revisión militar y policial, convertidos en verdaderos cuellos de botella. El daño es evidente, tanto para los viajeros como para el turismo en general.

Y, como cada año, resurge la misma interrogante: ¿realmente sirven de algo estos retenes?

La respuesta parece cada vez más obvia. Poco o nada se informa sobre decomisos relevantes o detenciones de criminales. En cambio, lo que sí queda claro es la afectación directa a la movilidad y a la experiencia del visitante.

Es momento de que las autoridades actúen con mayor sensibilidad y sentido común. Garantizar la seguridad no debería significar obstaculizar el paso ni desalentar al turismo. La disuasión no se mide en bloqueos, sino en resultados

ASÍ ANDAN LAS COSAS

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