Por Luis Enrique Arreola Vidal.

Como lo mencionamos en columnas anteriores, el Gobernador Américo Villarreal Anaya ha comenzado a dar manotazos firmes y necesarios sobre las áreas donde las cosas simplemente no estaban caminando. La Secretaría de Educación no fue la excepción.

Lucía Aimé Castillo Pastor dio su último baile al frente de esta dependencia como quien sabe que ya no suena la música ni hay aplausos que la salven del tedio institucional. Su gestión terminó ahogada entre inercias, omisiones y una desconexión grave con la realidad educativa de Tamaulipas. Si algo simboliza su paso por el cargo es ese silencio incómodo que queda cuando el discurso ya no tiene eco en las aulas, ni en los maestros, ni en los estudiantes. Un vals sin público. Una partitura rota.

El nombramiento de Miguel Ángel Valdez García no es un simple relevo administrativo, es un intento de reescribir la partitura desde cero. Y vaya que el nuevo subsecretario de Planeación trae una hoja de vida que genera expectativas. Doctor en Innovación y Tecnología Educativa, rector en dos universidades La Salle, directivo nacional en el Tec de Monterrey y consejero de organismos empresariales, Valdez no llega a aprender el abecedario del sistema: llega, se espera, a rediseñarlo.

Valdez García no es un improvisado. Es un académico de cepa, formado en las mejores aulas del país y curtido en la operación real de instituciones educativas.

Pero que no se nos olvide: el talento no basta si no se acompaña de voluntad política, recursos bien canalizados y un gabinete que no entorpezca lo que debe fluir con urgencia. Hoy, la educación en Tamaulipas no necesita más “administradores de escritorio”, sino líderes que escuchen, recorran escuelas, se mojen los zapatos y metan las manos al barro de la realidad.

El desafío es mayúsculo. Tamaulipas ocupa los últimos lugares en indicadores educativos clave.

Las aulas están fragmentadas por la desigualdad, los docentes siguen esperando condiciones dignas de trabajo, y la tecnología aún es un privilegio en vez de un derecho.

Si Américo quiere que su legado no se esfume entre promesas recicladas, tendrá que arropar a perfiles como el de Miguel Ángel Valdez, darle autonomía, confianza… pero también exigirle resultados visibles y sostenibles.

Porque de poco sirven los títulos y diplomas si no hay transformación tangible para la niñez y juventud tamaulipeca.

Y a Lucía Aimé, que la historia le otorgue el lugar que le corresponde. Ni más, ni menos. Porque en el vals de la administración pública, no basta con saber bailar: hay que saber cuándo retirarse sin pisar los pies de todos.