Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Desde que Felipa llegó a la familia como esposa de mi hermano Carlos, empezó a tejer
fino, con su espíritu generoso y servicial pronto se fue ganando a todos y cada uno de
los miembros de la extensa tribu que, como suele decir mi marido, es por su naturaleza
agresiva en ocasiones y en otras tantas difícil para quienes intentan integrarse a ella.
Pero Felipa siempre mostró su mejor disposición para ganarse un espacio.
Recién casada empezó ayudarle a Carlos en el negocio de vidrios y pronto se
puso al frente de su administración, así, mientras mi hermano salía a instalar vidrios
ella se quedaba en el local para atender a los clientes, cortaba vidrios, levantaba
pedidos y criaba a mis sobrinos.
Mi padre pronto le tomó cariño y prefería hacer negocios con ella que, con
Carlos, lo que más admiraba de ella es que trabajara hombro a hombro con mi
hermano. Mi mamá la trataba como una hija y en muchos momentos sentía más
confianza con ella que con Carlos, la quería porque atendía a mi hermano muy bien,
era muy buena cocinera y “cuidaba el dinero”, solía decir.
Aunque con las cuñadas fue un poco más difícil y lento el proceso, mis
hermanas mayores terminaron queriéndola y procurándola, a ella y a sus hijos; yo era
muy chica cuando la conocí y en muchos momentos me tocó acompañarla, ya sea para
un viaje, para hacer una tarea, para muchas cosas; crecí conviviendo con ella y con
mis sobrinos, la he llegado a querer como una hermana y es parte imprescindible del
paisaje familiar.
Mis cuñados, es decir sus concuños y mi marido la aprecian y la respetan, tal
vez porque de todas mis cuñadas ha sido la única que ha plantado cara a las adversas
relaciones que en ocasiones se presentan en la familia.
Siempre atenta a las necesidades de mis padres, generosa con su tiempo y sus
bienes para ayudar en todo, ha lidiado con maestría todos los obstáculos que la vida le
ha puesto para mantener unida a la tribu.
Hace algunos días celebró su cumpleaños, hubo muchos invitados, mucha
comida, muchos regalos, mucha música y mucho cariño porque, a diferencia de la
mayoría de los festejados que se sientan en una mesa principal para degustar y
disfrutar la fiesta, ella lo celebró atendiendo a todos los que llegaban. Mi hermano me
comentó que le había dicho que su manera de festejar era atendiendo a sus invitados
“ese es su gusto, atender a los demás”.
Con tres hijos y 10 nietos, Felipa es ahora la matriarca de una familia que crece
en torno a su casa, su mesa, su cocina y su autoridad. Una mujer feliz a pesar de los
avatares de la vida, práctica, hiperactiva, que resuelve problemas diariamente en la
rutina familiar y nos da una lección a todos los que nos quejamos por insignificancias.
Su fortaleza inspira, su generosidad eclipsa, su don de servicio desarma
cualquier conflicto. Una mujer que se crece en la adversidad vence cada día a la
enfermedad, ignora el cansancio, multiplica los panes, reprende a los suyos, llora en
silencio, reza constantemente, es la última en la mesa y la primera en levantase por las
mañanas, es sin duda, una auténtica matriarca y es una fortuna ser parte de su vida.
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