SINGULAR

Por: Luis Enrique Arreola Vidal

He decidido escribir estas letras porque muchos se preguntan por qué he retomado mis reflexiones en diversos medios de comunicación. La razón es sencilla: mi compromiso con México sigue siendo firme, pero los métodos para contribuir a su transformación han cambiado. Después de más de dos décadas de militancia activa en el Partido Revolucionario Institucional, llegó el momento de hacer una pausa en mi actividad política. Este receso no es un adiós, sino una oportunidad para reflexionar y redirigir mi esfuerzo hacia nuevas trincheras desde donde pueda seguir trabajando por un México y Tamaulipas más justo, democrático y transparente.

A lo largo de mi trayectoria en el PRI, he tenido el honor de asumir diversas responsabilidades: dirigente juvenil, síndico de la capital, coordinador estatal de síndicos y regidores, funcionario estatal y federal, y más recientemente, secretario general del PRI en Tamaulipas. En esta última etapa, trabajé junto a Mercedes del Carmen Guillén Vicente, mi maestra.

En un contexto adverso, donde el PRI enfrentaba lo que parecía su extinción tras los resultados de la elección a gobernador en 2022, en la que obtuvimos apenas 57,163 votos, y una elección en 2023 en la que apenas alcanzamos 24,597, logramos lo impensable. Sin recursos y con el sacrificio de nuestros mejores cuadros que se la jugaron al millón con el partido, triplicamos los votos obtenidos en la elección de 2023 y superamos en un 50% los resultados de 2022. Fue un acto de resistencia, pero también un recordatorio del compromiso que asumimos quienes amamos la política como servicio, no como negocio.

Estas experiencias me enseñaron mucho sobre la política y sus retos, pero también sobre las expectativas y frustraciones de los ciudadanos. Hoy, con humildad, reconozco que nuestro partido, al igual que otros, cometió errores que le costaron la confianza de la sociedad.

El PRI ha sido muchas cosas en la historia de México: un partido constructor de instituciones, un promotor del desarrollo, pero también, en palabras de Mario Vargas Llosa, “la dictadura perfecta”. Por décadas, combinó autoritarismo con una fachada democrática, manteniendo un control político que fue tan criticado como eficiente. Sin embargo, sería injusto ignorar que bajo ese modelo se construyó una nación de instituciones. Gracias al PRI, el país cuenta con pilares fundamentales como el IMSS, el ISSSTE, la UNAM, el Banco de México y muchas otras que, más allá de los partidos, han sido esenciales para sostener el bienestar y el desarrollo de los mexicanos.

Hoy, tristemente, esas instituciones están bajo amenaza. El gobierno actual no solo ha centralizado el poder, sino que parece decidido a aniquilar las estructuras que durante décadas han sido el equilibrio del país. Desde la eliminación de contrapesos democráticos hasta el desmantelamiento de organismos autónomos, lo que se construyó con esfuerzo y visión ahora está en peligro.

El sexenio de Enrique Peña Nieto marcó un punto de quiebre: aunque se lograron reformas estructurales relevantes, los escándalos de corrupción, la falta de empatía ante tragedias como Ayotzinapa y el distanciamiento del sentir ciudadano erosionaron la legitimidad del PRI. En 2018, la sociedad expresó su hartazgo en las urnas, castigando no solo a nuestro partido, sino a una forma de hacer política que se había desconectado del pueblo.

Sin embargo, sería simplista culpar exclusivamente al PRI. Los gobiernos del PAN también fallaron. Vicente Fox desperdició una oportunidad histórica al no consolidar una verdadera transición democrática, y Felipe Calderón optó por una estrategia militarista que desató una espiral de violencia que sigue cobrando vidas.

En este contexto de desencanto, Andrés Manuel López Obrador llegó como una figura de esperanza para millones de mexicanos. Su discurso prometía una transformación auténtica y un rompimiento con los vicios del pasado. Pero esa esperanza pronto se desmoronó bajo el peso de las contradicciones. Su política de “abrazos, no balazos” fortaleció al crimen organizado, permitiendo su expansión en amplias regiones del país. La militarización, que tanto criticó, se profundizó bajo su gobierno. Los programas sociales, aunque necesarios, carecen de reglas claras y mecanismos de transparencia, y sus alianzas políticas han mostrado que su prioridad no es el fortalecimiento institucional, sino la perpetuación de su proyecto.

Reconozco que como priista, y como parte de un sistema político que necesita una transformación profunda, hay mucho que reflexionar. México no merece ser prisionero de ciclos interminables de corrupción, impunidad y abandono social. El cambio que el país necesita no vendrá de un solo partido ni de un solo líder, sino de una ciudadanía activa, crítica y comprometida.

Escribo porque creo en el poder de la palabra y la reflexión como motores del cambio. Escribo porque estoy convencido de que el análisis honesto y la crítica constructiva son herramientas esenciales para avanzar. Escribo porque sigo creyendo en un México donde las instituciones sirvan al pueblo, donde la justicia sea un principio inquebrantable y donde la democracia sea una realidad palpable, no solo un discurso vacío.

Hoy más que nunca, estoy decidido a seguir trabajando por este país, no desde el ámbito partidista, sino desde nuevas trincheras. Porque México necesita de todos, no como espectadores, sino como actores comprometidos en la construcción de un mejor futuro. Mi lucha continúa, porque creo en un México mejor no solo es posible, sino necesario, y porque las instituciones que sostienen a la nación no deben ser destruidas, sino fortalecidas.