La Comuna
José Ángel Solorio Martínez
Los sexenios de Tomás Yarrington Ruvalcaba y Eugenio Hernández Flores, resultaron históricos en un destacado sentido: fue la época en que mayor equipamiento cultural se construyó en el estado. Por los motivos oscuros que se le quieran adjudicar, se erigieron monumentales obras como el Espacio Metropolitano en Tampico o el Centro Cultural Reynosa.
(Sólo por señalar los más significativos).
Neoliberales como lo eran, no permitieron que la Iniciativa Privada metiera las manos para el lucro de esos magníficos espacios. (No dudo, que hayan pasado por sus mentes esa barbaridad, pero no lo hicieron abiertamente).
Fue con el gobernador Egidio Torre Cantú, con el que inició una privatización silenciosa y discreta.
Ya con Francisco García Cabeza de Vaca, abiertamente entraron manos privadas a la administración de esos grandiosos bienes de la comunidad: con el truco de que los fondos iban al DIF Estatal; dio el inicio del cobro por el uso de teatros y auditorios.
No me lo contaron.
Lo viví.
El director de Comunicación Social, Francisco García Juárez gentilmente había gestionado ante el secretario de Administración, se nos facilitaran los teatros de ciudad Victoria, Reynosa y Tampico, para el montaje de la obra teatral Las Veredas de Dante de mi autoría, bajo la dirección de Medardo Treviño González.
Poco nos duró el gusto.
Pensamos que era la temática abordada, pero no: los administradores de esos inmuebles recibieron la llamada de la esposa del gobernador panista, echando abajo el acuerdo; cobrarían 85 mil pesos cada función. Los fondos, irían a las arcas del DIF para realizar obras de beneficencia.
Era, según se dijo, una norma inquebrantable.
Viene al caso el comentario, porque actualmente esos lugares propiedad de la comunidad, algunos siguen estando –encubiertamente– en manos privadas o en el peor de los casos el tiempo ha averiado el equipo como luces, sonido, telones, foros, proyectores y otra parte importante de esos recursos técnicos ha sufrido el pillaje por años que lo hacen requerir cuantiosas inversiones para su funcionalidad.
Operan cuando las autoridades los necesitan para dar informes o reuniones; no operan al 100 por ciento, cuando espectáculos artísticos se montan. Es decir: para la política sí; para la cultura no.
Es la forma más abominable de transformar lo público en privado.
La IV T, debería democratizar la cultura.
Y esa tarea, debería empezar rescatando los espacios culturales de la comunidad para beneficio y recreación de sí misma.
Es palpable el enfado y la irritación de la mayoría de la comunidad cultural, por esas manifestaciones de clasismo y elitismo.