Golpe a golpe
Por Juan Sánchez Mendoza
Estando dos días en la zona conurbada del sur –recorriéndola en vehículo automotor–, aprecié avances sustantivos en la infraestructura de Tampico, Ciudad Madero y Altamira –lo reconozco–. Pero sus vialidades no ofrecen ninguna seguridad a los citadinos locales ni al turismo, porque están llenas de baches.
Los alcaldes salientes ya no tienen tiempo para taponearlos, al menos en lo que resta a su administración (que concluye el próximo día 30), por lo que el daño tocará remediarlo a sus sucesores. En el caso de los primeros.
En el puerto ‘jaibo’ Mónica Villarreal Anaya, hasta donde sé, ya cuenta con un diagnóstico puntual del estado en que se encuentran las avenidas y calles; lo mismo que Erasmo González Robledo –quien asumirá la alcaldía de Ciudad Madero el 1 de octubre–, como también, el alcalde (reelecto) de Altamira, Armando Martínez Manríquez, cuya tarea es continuar rellenando los desperfectos asfálticos y/o en el concreto hidráulico.
Esto, aunado a la puntual prestación de otros servicios públicos, como son la recolección de basura, limpieza de las arterias viales, el alumbrado y el suministro puntual de agua potable, aunque éste por disposición legal ya no les corresponda manejar libremente, pues su administración ahora –por ley–, corresponde al Gobierno estatal.
De cualquier forma, los ediles entrantes deberían tomar la estafeta con la convicción de que trabajando unidos será posible recuperar, para la zona conurbada, la insignia del ‘sólido sur’, cuya economía luce fuerte, gracias al turismo, la industria y al potencial petrolero.
Esto significa que su desarrollo no está ligado estrictamente a razones políticas, sino productivas.
Y bajo este marco tienen que trabajar los ediles entrantes.
Tampico cuenta con una población de +/- 300 mil (estables), pero, por su actividad, cotidianamente son muchos más; Ciudad Madero, registra, al momento, +/- 300 mil; y Altamira +/- 280 mil, alcanzando la zona conurbada casi un millón de habitantes, equivalentes a un tercio o más de quienes, en la estadística estatal del INEGI, radicamos en el estado.
Por si fuera poco, la aportación del ‘sólido sur’ a la economía estatal le significa un fuerte ingreso vía impuestos. Quizás menores a los recaudados en la frontera norte, pero sí, harto significativos.
De ahí los alcaldes entrantes (incluido el reelecto) tengan la obligación de mantener limpias sus ciudades.
Y que conste, me dio gusto observar el desarrollo del sur estatal.
Año de Hidalgo
Para evitar que la burocracia municipal se apropie de los bienes públicos en el ocaso de su ejercicio –como se acostumbra en cada transición, cuya etapa se ha dado en llamar ‘el año de Hidalgo’–, bien harían los auditores estatales al disponer que se levante un inventario del equipo de cómputo, vehículos, mobiliario y otras propiedades, que tanto le han costado al pueblo.
Y que conste, sobre aviso, no hay engaño.
Esto quiere decir que habiendo voluntad ni siquiera una silla se perdería, y además el gobernador aún está a tiempo de obligar a quienes ya se van a entregar puntualmente los bienes que son de todos los tamaulipecos.
Sobre todo, ahora, cuando los alcaldes salientes y entrantes viven una luna de miel.
Asumiendo esta actitud, los responsables de salvaguardar el Estado de Derecho prácticamente marcarían un alto a la voracidad de la burocracia municipal, pues durante muchos años, al término de cualquier régimen político-administrativo, los mandos superiores y medios se robaron cuanto estuvo a su alcance, mientras los empleados de menor nivel también cometieron actos de pillaje, aunque a menor escala, sin importarles el daño causado a la administración municipal.
En un reconocimiento serio del costumbrismo político, se sabe que, quienes se van se ‘auto indemnizan’ con televisiones, cuadros, papelería, máquinas de escribir, fotocopiadoras, etcétera, porque su máxima en el mentado ‘año de Hidalgo’ era: ‘¡Chingue a su madre el que deje algo!’.
Al respecto, valdría la pena que los trabajos preparatorios a la entrega de cada administración se realizaran de acuerdo a la ley, para garantizar que los espacios físicos que recibirán los que vienen se encuentren remodelados y modernizados; instalaciones de servicio con tecnología de punta y oficinas públicas renovadas en su totalidad.
Pero… bueno, esto es tan sólo un sueño guajiro de quienes, todavía, e ilusamente, creemos en la honestidad de los servidores públicos.
Aun cuando estén, casi todos, cortado por la misma tijera.
Los pescadores
‘A río revuelto, ganancia de pescadores’, reza un refrán popular para indicar que en las revueltas y desórdenes suelen sacar utilidad los que saben aprovecharlas.
Refiero la cita porque es elocuente para describir los problemas que al final del período reglamentario registran las alcaldías y, porque hasta hoy (inclusive), nadie quiere asumir la responsabilidad de exigirle cuentas a los que se van.
En principio pareciera que el desorden ha surgido porque se ha dado paso a la democracia y ésta permite que en el cambio de administración se admitan como ciertas las cuentas presentadas por los que se van, pero la realidad es otra, más amarga, a tal grado que ahora hay funcionarios que se sienten con derecho a saquear lo que nunca construyeron.
Pero mientras se decide si el alto mando está o no dispuesto a tolerar la atrocidad, surgen acelerados que tratan de cubrir sus malos manejos administrativos y que pujan y empujan para que nadie ose investigarlos.
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