Alberto Serna

Ciudad Victoria, Tamaulipas.- La casa de Guadalupe Frausto, en Ciudad Victoria, parece detenida en el tiempo. No por el silencio ese siempre ha estado sino por la ausencia de luz. Más de 40 horas sin energía eléctrica han convertido su hogar en un espacio donde el reloj ya no importa y la espera se vuelve rutina. Aquí, la noche no se apaga y el día entra apenas por las ventanas.

El frío se cuela despacio por los muros. No es insoportable, pero se siente. Es un frío que obliga a abrigarse un poco más, a envolver las manos alrededor de una taza vacía, a quedarse quietos para no gastar energía… ni esperanza.

“Hace frío, pero se aguanta. Lo que no se aguanta es no saber nada”, dice Guadalupe, sentada en la penumbra de su sala.

Desde hace casi dos días, los focos no encienden. El refrigerador permanece cerrado, como si así pudiera conservar lo poco que queda. La televisión es solo un mueble más. El celular, con la batería a medias, se ha vuelto el único vínculo con el exterior. “Llamas y llamas, y siempre es lo mismo: ‘ya está reportado’, ‘tenga paciencia’, ‘disculpe usted’”, cuenta.

Cada llamada a la Comisión Federal de Electricidad termina igual. Un número de reporte ninguna hora, ninguna certeza.

“Nunca te dicen cuándo van a venir, si hoy, si es mañana, nada, solo que hay que esperar”, relata con una resignación que duele más que el frío.

La noche llega temprano cuando no hay luz, se encienden velas con cuidado, como si fueran un ritual antiguo. Las sombras bailan en las paredes y el silencio pesa más. “Ya ni coraje da, lo que da es tristeza”, confiesa.

Tristeza de ver pasar las horas sin respuesta, de sentir que nadie escucha del otro lado del teléfono y que la llegada del 2026 será en penumbras.

Guadalupe recuerda que no es la primera vez que sucede, pero sí una de las más largas. “Más de 40 horas y seguimos igual”, repite, como si al decirlo en voz alta alguien pudiera finalmente atender el llamado.

Afuera, la ciudad continúa; adentro, la vida se vuelve lenta, casi pausada.

El frío de la madrugada obliga a buscar cobijas, a dormir vestidos, a abrazar la incertidumbre.

“Uno no pide nada extraordinario, solo que te digan la verdad, que te digan cuándo”, dice. Pero la respuesta nunca llega.

Hasta ahora, la CFE no ha dado una explicación clara ni un horario para restablecer el servicio. Solo disculpas automáticas y la promesa de que “ya se está atendiendo”.

Mientras tanto, en esta casa la espera sigue.

A oscuras, en silencio, con frío, pero con una nostalgia que cala más hondo que la noche misma.