Columna Opinión Económica y Financiera.
Dr. Jorge A. Lera Mejía.
Especialista en políticas públicas. SNII-2 SECIHTI.
Al cuarto trimestre del 2024, la población ocupada en condiciones de informalidad representó alrededor de 54‑55% de todas las personas que trabajan en México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI.
Sin embargo, esa mayoría laboral solo generó 25.4% del PIB nacional, mientras que el 45‑46% formal aportó 74.6% del producto, según la Medición de la Economía Informal del propio INEGI.
Dicho de otra manera, por cada 100 pesos producidos en el país, 25 provienen del trabajo informal y 75 del formal.
Productividad y “trampa de baja productividad”
Esta brecha implica que la productividad promedio por trabajador formal es varias veces superior a la de quien trabaja en la informalidad.
La informalidad se concentra en micronegocios sin registro fiscal, autoempleo y pequeñas unidades con baja inversión en capital físico y humano, lo que limita la adopción tecnológica, el acceso al crédito y las posibilidades de escalar.
Así se configura una “trampa de baja productividad”: millones de personas trabajan, pero atrapadas en actividades de supervivencia con poco valor agregado y sin movilidad laboral.
Los estados con tasas más altas de informalidad laboral —Oaxaca, Guerrero y Chiapas, con alrededor de 77‑81% según los últimos datos estatales— son a la vez de los más pobres del país.
En estas entidades el empleo informal es la norma, no la excepción, y domina en comercio al por menor, servicios personales y actividades agropecuarias de baja escala.
Esto genera un círculo vicioso: baja productividad → bajos ingresos → baja base recaudatoria → poca inversión pública en infraestructura, educación y salud → se reproduce la misma estructura productiva rezagada.
La estructura descrita evidencia una doble fractura. Por un lado, un “México formal” con menos de la mitad de las y los ocupados, pero concentrando la mayor parte del valor agregado, la protección social y el acceso al financiamiento.
Por otro, un “México informal” mayoritario en personas, pero minoritario en PIB, con alta rotación, ausencia de seguridad social y vulnerabilidad ante choques de ingreso y salud.
Esta dualidad también se expresa regionalmente: norte y algunos polos industriales con menor informalidad frente a sur‑sureste con informalidad generalizada.
Implicaciones estructurales y desafíos de política
El problema no es solo de “legalizar” negocios, sino de transformar la estructura productiva que hoy empuja a la mayoría de la fuerza laboral a nichos de baja productividad.
Mientras la economía crezca poco, la formación bruta de capital fijo se mantenga débil y el sistema educativo no cierre brechas de capacidades, la informalidad seguirá siendo la válvula de escape del desempleo, pero al costo de perpetuar pobreza y desigualdad territorial.
De ahí que el dato de “54% de trabajadores que generan 25% del PIB” sea un síntoma de un problema más hondo: un modelo de desarrollo incapaz de absorber a la fuerza laboral en empleos formales, productivos y con protección social.
Jóvenes Construyendo el Futuro Vs. Informalidad
La combinación de una informalidad masiva y programas asistenciales como Jóvenes Construyendo el Futuro (JCF) tiende a perpetuar una estructura de baja productividad: millones trabajan o reciben apoyos sin integrarse a empleos formales, bien remunerados y con trayectorias de capital humano claras.
JCF otorga a jóvenes de 18 a 29 años una beca mensual (alrededor de un salario mínimo) por hasta 12 meses para capacitarse en centros de trabajo, con seguro del IMSS y una constancia de capacitación al término.
El diagnóstico oficial del programa reconoce que la mayoría de los jóvenes enfrenta empleos precarios, altas tasas de informalidad (por encima de 55%) y salarios bajos, y busca atender precisamente esta inserción vulnerable.
Sin embargo, evaluaciones y análisis críticos señalan varias limitaciones: muchos centros ofrecen tareas rutinarias, poco vinculadas a requerimientos productivos sofisticados; la transición de becario a empleo formal estable es reducida; y no se exige a las empresas compromisos de inversión ni de mejora tecnológica asociados al programa.
En la práctica, una proporción relevante de jóvenes regresa a la informalidad o a ocupaciones mal pagadas al terminar la beca, lo que disminuye el impacto estructural sobre productividad agregada.
La alta informalidad opera como “absorbedor de empleo” de baja calidad, mientras JCF funciona más como un esquema de transferencia de ingresos temporal que como un verdadero puente masivo hacia empleos formales de alta productividad.
Sin cambios estructurales de este tipo, la informalidad seguirá siendo la “válvula de escape” del mercado laboral y los programas asistenciales tipo JCF se quedarán en contención social de corto plazo, sin modificar la matriz de productividad de la economía mexicana…