La Comuna
José Ángel Solorio Martínez
Si a alguien tiene que responsabilizar el PRI de su debacle, es al neoliberalismo. Con Carlos Salinas de Gortari se normalizaron las concertasesiones y desaparecieron los viejos principios del nacionalismo revolucionario que le dieron vigencia al institucional; dentro de muchas cosas más, el tricolor -por aquel vuelco programático- se hermanó con el PAN.
Justo era lo que deseaban los neoliberales.
Dos partidos, dos visiones similares: justo como el país -USA- que admiraban y soñaban con replicar el México.
Se inventaron hasta una alternancia que convalidaba sus tesis: es lo mismo el PRI y el PAN, siempre y cuando defendieran el libre mercado y achicaran el Estado.
Hubieran vivido felices por mucho tiempo.
El 2018, todo cambió.
Las políticas neoliberales, fueron desenmascaradas por Andrés Manuel López Obrador. Explicó, para su desmantelamiento, los mitos que nos contó la narrativa conservadora: los salarios traen inflación, el Estado debe subordinarse al mercado, servir a las élites y no hay excedentes para gastar en políticas sociales.
En ese debate, que ganó AMLO con resultados empíricos, el PRI se quedó con el PAN defendiendo los girones neoliberales. Bien describió ese fenómeno sociopolítico el tabasqueño: PRIAN.
Cuando la lógica y la autocrítica puntual recomendaban al PRI, moverse estratégicamente al centro o a la Izquierda, hizo lo contrario: se derechizó más, empezando a cavar su tumba cancelando toda posibilidad de resurrección.
Esos errores del priismo se agigantaron con las prácticas de ineficiencia y corrupción de sus dirigencias. Se transformaron en cofradías sectarias, que lucraron con los residuos partidistas hasta chupar el último soplo de su organización.
Esa acelerada descomposición, afloró con las muertes de varios de sus militantes más destacados. Fue el último estertor del viejo partido de la revolución mexicana.
No se dieron cuenta las bandas propietarias del partido; o no quisieron enterarse.
Ni la realidad los convenció: cada elección recibía el desprecio de los electores.
No fueron graduales esos resultados, como para no percibir los nuevos escenarios: sus votos cada elección descendieron visiblemente.
¿Tiene futuro el PRI?
No.
Ni soñarlo.
No tiene un proyecto renovador de sus cuadros emergentes; no hay idea, de cómo virar a posiciones ideológicas progresistas y no posee suficiente autocrítica para evaluar que las alianzas con el PAN lo asocian con posiciones políticas de ultraderecha.
A nadie convence, con un proceso avanzado de alitización, que lo deprava y lo distancia de la ciudadanía.
¿Será un avance democrático la desaparición del PRI?
Sólo el dios Jano, con su doble sabiduría, nos puede contestar.