CONFIDENCIAL.
ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Los legisladores mexicanos parecen haber perfeccionado un arte muy particular: el de cobrar sin trabajar.
Asisten puntuales a los días de quincena, pero se esfuman misteriosamente cuando llega la hora de sesionar.
En la Cámara de Diputados Federal y en muchos congresos locales —incluido el de Tamaulipas— se ha vuelto costumbre ver curules vacías, cámaras apagadas y nombres ausentes.
Lo peor es que nadie parece sorprenderse.
La práctica de legislar a distancia, adoptada como una medida temporal durante la pandemia, terminó convirtiéndose en una excusa permanente para la simulación política.
Se “conectan” desde quién sabe dónde, sin debatir, sin escuchar, sin siquiera fingir interés.
El Congreso, que debería ser el corazón del debate nacional, late cada vez más despacio, sofocado por la apatía y el desdén de quienes juraron representar al pueblo.
El escaño vacío se ha vuelto el símbolo de la descomposición legislativa.
Y aquí es justo reconocerlo: ha sido la sociedad, con la fuerza de las redes sociales, la que ha puesto el dedo en la llaga.
Videos, fotografías y transmisiones en vivo exhiben con crudeza la irresponsabilidad de quienes dicen “servir al pueblo”.
A través de Facebook, X o TikTok, los ciudadanos hacen lo que los órganos internos del Congreso no se atreven a hacer: señalar, exhibir y reclamar.
La gente ya no se traga el cuento de las “comisiones simultáneas” o los “problemas de conexión”.
El colmo de la desvergüenza se vio hace apenas unos días con el caso de Cuauhtémoc Blanco, quien, en pleno partido de pádel, interrumpió su juego para emitir su voto legislativo desde la cancha.
Una escena que, más que anecdótica, retrata con crudeza el nivel de frivolidad con que muchos entienden la representación popular: gobernar entre risas, pelotas y raquetas.
Porque mientras los diputados no aparecen en el pleno, las leyes se aprueban sin debate, los dictámenes se despachan sin revisión y los intereses ciudadanos quedan huérfanos.
Así de simple.
En Tamaulipas, como en San Lázaro, la historia es la misma: ausencias injustificadas, curules frías y una lista de asistencia que parece escrita por fantasmas.
Pero eso sí: el cobro de la dieta legislativa nunca falla.
Resulta grotesco que quienes no asisten al Congreso, sí estén presentes en las nóminas.
Son, literalmente, diputados de tiempo parcial, pero con salario completo.
Y es aún más insultante recordar que cada uno de ellos llegó ahí prometiendo trabajo, cercanía y compromiso.
En campaña, recorren colonias y ejidos; en el cargo, apenas recorren los pasillos del recinto.
El diputado o diputada que no asiste a sesionar traiciona el mandato popular.
Su ausencia no solo es física: es moral, ética y política.
No se puede representar al pueblo desde la comodidad del sofá.
No se puede legislar para los ciudadanos mientras se les ignora.
El daño no es menor. Cada sesión vacía erosiona la confianza pública y fortalece el desencanto con la democracia.
Porque si los representantes no cumplen, ¿qué se puede esperar de las instituciones que los rodean?
La sociedad, que ya no se deja engañar, ha aprendido a mirar con lupa.
Y cada imagen de una curul vacía es una bofetada a la credibilidad del Congreso.
Urge rescatar la dignidad del servicio público, recordando que la representación no es un privilegio, sino una responsabilidad que se honra trabajando.
El pueblo vota para ser defendido, no para ser olvidado.
Por todo ello, aplaudamos a la gente que ya no calla y exige cuentas.
Porque mientras los legisladores se ausentan, la ciudadanía está más presente que nunca.
ASI ANDAN LAS COSAS.