La Comuna

José Ángel Solorio Martínez

Una de las grandes influencias del periodismo que desplegó Víctor Contreras Piña, en su oficio periodístico, fue el trabajo literario del colombiano Gabriel García Márquez. Era tanta su admiración por él y sus textos creados en su larga vida de redactor en El Heraldo de Cartagena , El Heraldo de Barranquilla y El Espectador, diarios de su país, que le gustaba citarlos cuando nos reuníamos en las recurrentes tertulias.
No negaba su fascinación por las letras de la gloria colombiana.
Presumía haber leído toda su creación periodística, incluyendo sus obras literarias que ya eran en el mundo referencia de la escritura latinoamericana.
Me pareció una petulancia innecesaria en un mundo donde los periodistas acostumbraban a leer poco, fumar mucho y beber bastante más.
Cierto día, elegí un trabajo escondido entre las miles y miles de cuartillas redactadas por García Márquez, para comprobar su sapiencia en el tema.
Pregunté:
-¿Has leído el cuento de Gabo, La mujer que llegaba a las seis?
A decir verdad, no recordaba dónde lo había leído, sólo estaba en mi memoria por su pulcra técnica y sus características definidas de lo que la teoría calificaba la pieza literaria como cuento.
Me dio santo y seña del trabajo escrito.
Dónde estaba publicado; en que año lo había redactado y la editorial que lo había impreso.
Desde entonces, se ganó mi respeto.
De esa fecha, para mí fue admirable su vida profesional.
Supe que estaba ante uno de los más consistentes lectores del Gabo.
Creo que esa es una de las lecciones que nos deja Víctor: lo mucho que puede enriquecer el trabajo periodístico las lecturas diversas; lo mucho que nos ayudan a comunicar, las técnicas literarias en nuestro oficio cotidiano.
De ello dan fe, su trabajo y el ejercicio periodístico de sus alumnos en diversos medios de Tamaulipas.
A tanto llegó la idolatría a García Márquez, que el viajero incansable, se hizo presente en Aracataca, Colombia, la tierra que vio nacer al premio Nobel. Caminó las calles pedregosas que él transitó; escucho la música que el degustó -el Vallenato- y bebió el aguardiente que el Gabo paladeó, en los burdeles de Bogotá.
Hoy, Víctor realiza su último viaje.
Espero y ruego, que la luz le sea eterna.