CONFIDENCIAL
ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Tamaulipas está enfrentando una crisis silenciosa, pero cada vez más visible: el crecimiento desmesurado del parque vehicular en prácticamente todas sus principales ciudades.
Lo que antes era una señal de progreso, hoy se ha convertido en un problema de movilidad, contaminación y desorden urbano.
Calles que hace pocos años eran transitables hoy lucen saturadas. En municipios grandes y medianos —desde Reynosa hasta Tampico, pasando por Matamoros, Nuevo Laredo, Mante o Ciudad Victoria— la escena se repite: avenidas congestionadas, embotellamientos interminables y tiempos de traslado que se han duplicado o triplicado.
Recorrer trayectos que antes tomaban diez o quince minutos ahora puede requerir media hora, una hora o más.
Las causas detonantes del problema están a la vista. Una de ellas fue el decreto federal de regularización de vehículos de procedencia extranjera, mejor conocidos como “autos chocolate”. La medida, que buscaba ordenar la circulación, terminó abriendo la puerta a una ola de importaciones irregulares y multiplicando el número de unidades en las calles.
Por ser un estado fronterizo, Tamaulipas fue uno de los más impactados por ese fenómeno. Miles de autos ingresaron (siguen ingresando) sin control real y, aunque muchos fueron legalizados, otros tantos quedaron en la ambigüedad, contribuyendo a la saturación de las vialidades urbanas.
A ello se suma la proliferación de taxis de aplicación. Uber, Didi y otras plataformas han sido vistas por muchos como oportunidad de empleo o ingreso extra, pero su expansión desordenada también ha contribuido al aumento del tráfico y al desgaste de la infraestructura urbana.
El parque vehicular ha crecido, pero las vialidades no. Las calles son las mismas de hace veinte o treinta años, y salvo algunos proyectos aislados de ampliación, no hay un plan estatal integral de movilidad que responda a las nuevas necesidades.
El resultado es una red vial colapsada, con más autos, más motocicletas y más accidentes. Los siniestros de tránsito, muchos de ellos fatales, son ya una constante en el panorama urbano de las principales ciudades tamaulipecas.
Las motocicletas, por su parte, se han convertido en un fenómeno paralelo. Su bajo costo las ha vuelto accesibles para amplios sectores de la población, especialmente para quienes trabajan como repartidores o en plataformas de servicio rápido. Pero su número ha crecido tan rápido que hoy representan un nuevo desafío para la seguridad vial.
La suma de ambos fenómenos —autos y motos— está reconfigurando la vida urbana en Tamaulipas. Las calles se han vuelto más peligrosas, los tiempos de traslado se han disparado y la contaminación por emisiones vehiculares empieza a sentirse en la calidad del aire.
El problema exige una respuesta de fondo. No se trata de frenar la movilidad, sino de replantearla. Es urgente una política pública que regule el crecimiento vehicular, establezca incentivos para el uso compartido del automóvil, promueva el transporte colectivo y fomente el uso de medios alternativos.
Tamaulipas necesita pensar su futuro en términos de movilidad inteligente. No puede seguir creciendo con la lógica de hace medio siglo, donde más autos se traducen erróneamente en más desarrollo.
Es indispensable invertir en transporte público digno, con unidades modernas, rutas eficientes y tarifas accesibles. La gente no dejará su coche mientras el autobús sea incómodo, inseguro o insuficiente.
También es momento de implementar programas de reordenamiento urbano, con semáforos inteligentes, estacionamientos públicos, ciclovías seguras y medidas que prioricen la movilidad de las personas, no solo de los vehículos.
La educación vial debe formar parte del mismo esfuerzo. No se puede hablar de movilidad moderna mientras persistan la falta de cultura, el exceso de velocidad y el irrespeto al peatón.
El reto no es menor, pero tampoco imposible. Se requiere voluntad política, planeación técnica y visión de futuro. El caos que hoy se vive en las calles no es producto del azar, sino de la ausencia de decisiones oportunas.
Cada vehículo nuevo que circula por nuestras calles es un recordatorio de la urgencia de actuar. De lo contrario, las ciudades tamaulipecas seguirán atrapadas entre el ruido de los motores y el silencio de la falta de soluciones.
Porque la movilidad, al final, no se mide en kilómetros recorridos, sino en la calidad de vida que le ofrece a sus habitantes. Y en Tamaulipas, esa calidad está quedando varada en el tráfico.
ASI ANDAN LAS COSAS.