CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Dicen que la primera línea de defensa frente al crimen organizado son las Fuerzas Armadas. Y quizá por eso los gobiernos han llenado de recursos, privilegios y discursos heroicos al Ejército y la Marina.
Pero los datos demuestran otra cosa: son las policías locales, esas que patrullan nuestras calles y carreteras, las que ponen el cuerpo y la vida todos los días.
Sin embargo, esas mismas corporaciones son las más olvidadas. Las más maltratadas. Las más desprotegidas. Mientras los soldados gozan de presupuestos crecientes, bonos y prestaciones, los policías estatales sobreviven con sueldos de miseria, uniformes parchados y patrullas que apenas arrancan.
La organización México Evalúa acaba de ponerle cifras a ese abandono. Según su estudio más reciente, ninguna estrategia nacional de seguridad funcionará mientras las policías locales sigan desprotegidas, mal pagadas y sin capacitación suficiente. Y tiene razón
El diagnóstico es demoledor: el 61.3 por ciento de los policías estatales gana menos del salario recomendado por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que debería oscilar entre 10,600 y 21,600 pesos mensuales. Es decir, seis de cada diez agentes cobran menos de lo que se considera un ingreso justo para alguien que arriesga la vida todos los días.
Esa precariedad tiene consecuencias. México Evalúa advierte que los bajos salarios provocan alta rotación de personal y frenan la profesionalización de las corporaciones. En otras palabras: se forma un policía con recursos públicos, se le entrena, pero al poco tiempo se marcha buscando algo mejor. Y el ciclo de improvisación vuelve a empezar.
Mientras tanto, los gobiernos se consuelan diciendo que el Ejército está en las calles “para reforzar la seguridad”. Lo que no dicen es que ese supuesto refuerzo se ha convertido en sustitución. Las policías locales han sido desplazadas del discurso, pero no del riesgo.
El estudio revela un dato que desnuda la realidad: durante 2024 se registraron 1,039 enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y civiles armados, y en 755 de ellos —el 72.7 por ciento— participaron policías estatales. Es decir, son ellos quienes enfrentan el poder de fuego del crimen organizado, muchas veces con armas viejas, sin chalecos balísticos y sin protocolos uniformes de actuación.
Además, el 97.7 por ciento de las detenciones y puestas a disposición ante el Ministerio Público fueron realizadas por policías locales. La Guardia Nacional, esa institución que acapara la atención presidencial y buena parte del presupuesto, apenas participó en menos del tres por ciento.
¿Cómo puede alguien hablar de “pacificación” sin reconocer que los verdaderos protagonistas de la seguridad son los policías locales? México Evalúa lo resume con precisión: “Hablar de pacificación sin poner a las policías locales al centro es, simplemente, un autoengaño”.
Y mientras tanto, los gobiernos siguen administrando su mezquindad. Les niegan sueldos dignos, les regatean becas para sus hijos, vivienda, seguro de vida y un sistema médico decente. Se pretende exigirles honestidad, valentía y compromiso, pero sin darles las condiciones mínimas para sobrevivir con dignidad.
Lo peor es que esa precariedad es caldo de cultivo para la corrupción. Un policía mal pagado es un policía más vulnerable a la tentación del dinero fácil. No por maldad, sino por necesidad. Si el Estado no lo protege, otro lo hará. Y ese otro, casi siempre, se llama crimen organizado.
El resultado es un círculo vicioso: los gobiernos se quejan de la corrupción policial, pero la alimentan con su indiferencia presupuestal. Y después, cuando las cosas se descomponen, culpan al policía de a pie, nunca al político que lo condenó al abandono.
México Evalúa propone una “Ruta para la Dignificación Policial”, que plantea mecanismos sostenibles de financiamiento para mejorar las prestaciones, salarios y estabilidad laboral de los agentes. Dignificar el servicio policial no es un lujo, dice el documento: es una urgencia nacional.
Y lo es, porque mientras las Fuerzas Armadas gozan de aplausos, los policías locales siguen contando sus muertos sin recibir ni siquiera un agradecimiento público. Son ellos quienes llegan primero a la escena del crimen, quienes enfrentan los riesgos más altos, quienes detienen, resguardan y entregan ante las fiscalías a los presuntos delincuentes.
Pero también son ellos los que terminan olvidados cuando caen en cumplimiento del deber. Sus familias deben pelear durante meses —a veces años— para obtener una pensión o una compensación mínima. Y muchas veces, no lo logran.
Por eso no sorprende que el trabajo policial haya dejado de ser atractivo. Antes, ser policía era un orgullo, una vocación. Hoy, en muchos estados, es simplemente la última opción para quienes no encuentran otro empleo. Así de grave es el deterioro del servicio público más importante de todos.
Si los gobiernos realmente quieren combatir la impunidad, deben empezar por fortalecer a quienes la enfrentan todos los días. Sin policías locales bien pagadas, capacitadas y equipadas, no habrá pacificación posible, advierte México Evalúa. Y tiene toda la razón.
Sin policías dignificados, México seguirá caminando sobre la cuerda floja de su propia inseguridad. Porque ningún país puede aspirar a la paz, si abandona a quienes arriesgan la vida por mantenerla.
La deuda con las policías locales es una herida abierta que el Estado prefiere no mirar. Pero mientras no la sane, ningún plan nacional de seguridad pasará de ser una ilusión retórica.
ASI ANDAN LAS COSAS.