CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
El misterio de las visas.
No hay plazo que no se cumpla ni secreto que no se revele. Algo se está gestando en las entrañas del poder estadounidense, y los primeros en resentirlo son los políticos mexicanos que, de manera creciente, están viendo cómo se les cancela la visa.
El caso más reciente es el del diputado federal del PVEM, Mario López Hernández, mejor conocido como La Borrega. Tras casi 14 horas de interrogatorio en el Puente Viejo Internacional de Matamoros-Brownsville, las autoridades migratorias del país vecino le retiraron la visa y no podrá pisar nuevamente territorio estadounidense. El legislador insiste en que no fue detenido, que se trató de un simple procedimiento administrativo porque su visa estaba dañada y una vieja alerta seguía activa en los sistemas de Washington. Seamos claros: 14 horas de “administrativo” no existen.
A este expediente se suma el del alcalde de Matamoros, Alberto Granados, a quien le retiraron la visa en abril pasado, también cuando intentaba cruzar hacia Brownsville. Él lo niega, pero tampoco ha mostrado el documento y no ha regresado a Estados Unidos.
Y aquí conviene subrayarlo sin rodeos: el problema no es que le hayan quitado la visa, sino porque se la quitaron.
Cuando a un ciudadano común le detectan una irregularidad menor en su documento migratorio, el problema se resuelve en minutos. Aquí, en cambio, el tiempo habla de algo más profundo: expedientes abiertos, cruces de bases de datos y preguntas que van mucho más allá de la burocracia. No es el primero ni será el último. En los últimos meses, un número creciente de políticos mexicanos —incluidos tamaulipecos— ha sido objeto de la misma medida. Visto con lupa, el patrón revela que Washington mueve piezas en un tablero que trasciende lo migratorio.
¿Casualidad? No lo creo. Estados Unidos no cancela una visa de un representante popular por capricho ni por un simple descuido administrativo. Lo hace porque hay información, porque existen investigaciones en curso o porque busca enviar un mensaje político. El retiro de visas se ha convertido en un arma silenciosa de presión diplomática: sin comunicados ni órdenes judiciales, basta con bloquear el acceso a su territorio para exhibir a los personajes ante la opinión pública.
Y el golpe es devastador. Un político sin visa es un político disminuido, con la sombra de la sospecha sobre los hombros. Aunque jure inocencia, aunque venda la versión de un trámite burocrático, la percepción pública ya cambió. El ciudadano común se pregunta: ¿qué hizo este diputado, este alcalde, este funcionario, para que Estados Unidos lo sometiera a horas de interrogatorio y le cancelara el privilegio de ingreso?
En el caso de Mario López, la explicación resulta poco convincente. Una alerta derivada de una extorsión sufrida en el pasado difícilmente justifica 14 horas de preguntas sobre familia, trabajos y antecedentes. Eso huele más a investigación viva que a error técnico. Y en el caso de Granados, la negativa pública choca con la evidencia práctica: si no hay problema, ¿por qué no ha cruzado de nuevo?
Todo apunta a que en Washington se arma un rompecabezas de piezas mexicanas. Cada visa retirada es un movimiento quirúrgico que, tarde o temprano, revelará el contorno de una pesquisa más amplia, quizá con aristas criminales, quizá con fines políticos. Por eso la pregunta no es solo qué hicieron Mario López o Alberto Granados, sino qué sabe Estados Unidos de segmentos de la clase política mexicana.
Que nadie se engañe: la visa no se cancela por un error administrativo. Se cancela porque detrás hay información sensible. La historia ya lo mostró con exgobernadores, alcaldes y diputados que comenzaron con un retiro de visa… y terminaron en expedientes judiciales. Mientras tanto, los afectados seguirán diciendo que no pasa nada, que todo es burocracia. Pero cuando Washington actúa, el humo siempre anticipa un fuego que tarde o temprano se enciende.
ASI ANDAN LAS COSAS.