CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
El problema de la drogadicción entre los jóvenes mexicanos dejó de ser un tema aislado para convertirse en una emergencia nacional. El gobierno lo sabe, lo huele en cada esquina, lo percibe en cada secundaria y preparatoria, pero parece mirar para otro lado.
En Tamaulipas, los testimonios son alarmantes: hay escuelas que han dejado de ser espacios de aprendizaje para convertirse en auténticos puntos de distribución de drogas. Y lo más grave es que, frente a ello, las autoridades educativas, policiacas y de salud pública permanecen cruzadas de brazos.
Los maestros, que en otros tiempos se atrevían a denunciar, hoy prefieren callar. No por indiferencia, sino por miedo. Y el miedo, cuando se instala en los salones de clase, es el peor enemigo de la educación y la convivencia social.
Lo que ocurre en nuestro estado es un reflejo de lo que pasa en el país entero. La droga ha dejado de ser un problema de “ciertas colonias” o de “ciertos sectores”. Ahora avanza sin freno hacia todos los espacios, incluidos aquellos que deberían estar blindados: las aulas.
A diferencia de hace dos o tres décadas, ya no hablamos únicamente de marihuana o cocaína. Hoy, drogas como el fentanilo o el cristal se han convertido en la trampa mortal para cientos de jóvenes. Son sustancias baratas, accesibles y letales.
El consumo empieza a edades cada vez más tempranas. No es raro escuchar de adolescentes de secundaria atrapados en dinámicas de adicción que, sin control, terminarán por destrozar sus vidas.
Ante esta tragedia silenciosa, ¿qué hacen los gobiernos? Nada que trascienda. No hay una estrategia clara, ni en el plano de la prevención ni en el del combate frontal a quienes lucran con la muerte de los muchachos.
Y cuando digo que no hay estrategia, hablo de lo integral: ni campañas permanentes de concientización, ni programas escolares de prevención, ni operativos serios para desmantelar redes de narcomenudeo en las escuelas.
El problema es que la inacción gubernamental se traduce en vidas perdidas. Cada joven que cae en la droga es un fracaso de la política pública, un fracaso de los programas de seguridad, un fracaso del sistema educativo y sanitario.
La indiferencia oficial contrasta con la urgencia social. Miles de padres de familia enfrentan el drama de ver a sus hijos atrapados en adicciones, sin saber dónde acudir, porque los centros de rehabilitación en Tamaulipas y en México son escasos, insuficientes y, en muchos casos, inaccesibles.
El gobierno ha olvidado que la lucha contra las drogas no se gana únicamente con armas ni con patrullas. Se gana también con educación, con prevención, con alternativas de vida para los jóvenes que hoy se ven tentados por las adicciones.
No basta con culpar al entorno social, ni mucho menos al narco. La responsabilidad de construir un escudo social frente a las drogas corresponde al Estado mexicano en su conjunto.
¿Dónde están los programas culturales y deportivos de gran calado que alejen a los jóvenes de las calles? ¿Dónde están las campañas permanentes de información en escuelas y medios de comunicación?
Se necesita valentía para reconocer que el problema se salió de control. Y se necesita voluntad para articular una política pública que ataque el fenómeno en todas sus vertientes: salud, educación, seguridad, cultura.
En Tamaulipas urge que el gobierno del estado diseñe un programa emergente. Que lo haga de la mano de municipios, padres de familia y sociedad civil, porque la tragedia ya alcanzó niveles insostenibles.
En el plano federal, se requiere una cruzada nacional contra las adicciones que deje de ser discurso y se convierta en acciones medibles. No basta con el eslogan: se necesitan resultados concretos.
La estrategia debe incluir la apertura y financiamiento de centros de rehabilitación en cada región del país. Espacios dignos, accesibles y confiables donde los jóvenes y sus familias encuentren apoyo real.
Asimismo, es indispensable profesionalizar la atención en salud mental. No puede seguir siendo un tema secundario cuando la adicción es, ante todo, una enfermedad que destruye cerebros y familias enteras.
La droga es, hoy por hoy, el enemigo más peligroso de nuestra juventud. Y mientras el gobierno se mantiene apático, ese enemigo avanza. Cada día que pasa sin acciones firmes, miles de vidas se ponen en riesgo.
No se trata de criticar por criticar. Se trata de exigir respuestas, de poner sobre la mesa alternativas y soluciones que el propio Estado ha sido incapaz de generar. Porque lo que está en juego no es una cifra estadística: son nuestros jóvenes, nuestro presente y nuestro futuro.
EL RESTO.
DECEPCIONA EL ALCALDE.- En Madero, la decepción social crece cada día por la errática e ineficiente gestión de su alcalde, Erasmo González Robledo.
Menos de un año ha sido suficiente para que un alto porcentaje de los maderenses se dieran cuenta de se equivocaron con la elección de su edil morenista.
Las extorsiones de los agentes de Tránsito, no solo no han disminuido como prometió el alcalde, sino que se han incrementado, mientras que la calidad de los servicios públicos son más que deficientes.
Lo peor de todo es que todavía le quedan dos años a su administración.
ASI ANDAN LAS COSAS.