DE PRIMERA ……LA DAMA DE LA NOTICIA
POR ARABELA GARCIA …..
Diputados despiertan solo para figurar, mujeres sin fuerza para la sucesión de Granados, y gobernadoras que discriminan mientras predican equidad. El cinismo no descansa.
Parece que algunos diputados por fin se levantaron de su siesta legislativa. Desde Matamoros empiezan a asomar la cabeza figuras como Elvia Eguía, que de pronto quiere meter cuchara en temas tan pesados como el desabasto de medicamentos en el ISSSTE. A estas alturas, uno se pregunta: ¿de verdad buscan soluciones o solo están en campaña adelantada? Porque si es lo primero, llegaron tarde y mal. Y si es lo segundo, bueno, mínimo ya no fingen.
Mientras tanto, el doctor Víctor García —ese viejo lobo de mar en el ámbito de la salud— mantiene su estilo tranquilo, casi inmóvil, como quien no quiere llamar la atención. Pero ojo, que su historial político está limpio (o al menos eso dicen). Nada de escándalos, nada de trapos sucios. Comparado con otros que tienen más cola que una culebra, el doctor parece casi una anomalía en la fauna política.
Y hablando de mujeres… y de traiciones (como dice la canción), ¿dónde quedaron los liderazgos femeninos? ¿Se acabaron? ¿Se escondieron? ¿O simplemente no hay? Si los tiempos son de las mujeres, como tanto repiten, ¿por qué alrededor del alcalde Beto Granados no se ve una sola figura fuerte para la sucesión?
Miri Leal, la directora de Turismo, carga el estigma de haber sido parte del equipo de Mario López: caso cerrado. Por otro lado, Angélica Maldonado, como primer sindico se mueve como pez en el agua, sutil pero presente, también de otra tribu, Y luego está Nina Medina, que ni con un trampolín espacial logra despegar. ¿Y así quieren hablar de paridad?
La verdad es que muchos aprovecharon la confusión para adelantarse, salir en la foto y ver si pegan. Pero la gente ya no se traga cualquier cuento. Ahí está el caso de Emerico Anaya, que creyó que con el apellido bastaba para ser alcalde. Hoy ni sus luces. Aparecen en cafés, en ferias, en eventos religiosos, hasta en velorios… pero a la hora de hacer política seria, desaparecen.
Los cuadros femeninos del entorno de Alberto Granados no existen o, si existen, no los han dejado crecer. Si la candidatura dependiera de méritos, no hay. Si dependiera del partido, menos. Y si fuera por amistades… mejor ni hablar.
Y para rematar, otra vez sacan del archivo a Cabeza de Vaca. ¿Será para desviar la atención de lo verdaderamente importante o de plano hay algo fuerte detrás? Porque se rumora que un alcalde fronterizo pedirá licencia muy pronto. ¿Será porque ya siente que el agua le llega al cuello con los temas que aprieta el gobierno de Estados Unidos? No se sabe. Lo que sí se sabe es que, en este circo, los payasos cambian, pero el espectáculo sigue igual de ridículo.
La hipocresía no se maquilla con discursos feministas
¿En qué momento la gobernadora Layda Sansores decidió que ser mujer, indígena y pobre es «lo peor que puede pasar»? ¿Fue un lapsus clasista? ¿Una broma interna que se le escapó frente a las cámaras? No. Lo dijo en serio, y lo dijo frente a la presidenta Claudia Sheinbaum, quien —irónicamente— se jacta de ser defensora de los pueblos originarios y de las mujeres indígenas. Nadie la corrigió. Nadie la contradijo. ¿Complicidad o desinterés?
La diputada Aracely Cruz Jiménez (PT) lo dijo claro: la frase de Sansores es discriminatoria y racista. Pero lo más alarmante es la doble moral que se destila desde el poder. Layda ha impulsado leyes para protegerse contra la violencia política de género, pero hoy ella misma violenta con sus palabras a millones de mujeres indígenas, reduciéndolas a una condición «inferior» que, según ella, solo puede ser salvada por una mujer blanca. Colonialismo con discurso progresista.
¿Y las morenistas? Calladas. Ni la secretaria de las Mujeres, Citlalli Hernández, ni Conapred, ni mucho menos Claudia Sheinbaum, han dicho esta boca es mía. ¿Será que la sororidad en Morena es selectiva y se aplica solo entre sus aliadas de élite?
Aracely Cruz pone el dedo en la llaga: ser mujer indígena no es un castigo, es un orgullo. La pobreza no es un atributo personal, es el resultado de años de abandono institucional y políticas públicas hechas desde el escritorio de mujeres blancas que, como Layda, siguen viendo a las indígenas como «otras» a quienes hay que salvar.
Y mientras eso pasa, la izquierda autoproclamada feminista guarda silencio. Porque cuando el clasismo viene desde casa, mejor mirar hacia otro lado.
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