CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.

En política, pocas cosas son tan evidentes como la ruina de un partido que se niega a reconocer su derrota. El caso del PAN en Tamaulipas es paradigmático: un instituto político que pasó de controlar Palacio de Gobierno, el Congreso del Estado y varios municipios estratégicos, a ser apenas un recuerdo, una sombra que deambula sin rumbo ni voz.

La semana reciente, en Tampico, lo poco que queda de militancia panista se reunió alrededor de César, “El Truko”, Verástegui Ostos. Fue un encuentro más simbólico que multitudinario, una manera de “apapachar” al excandidato a la gubernatura y diputado federal en funciones y, de paso, confirmar lo que ya corría como especie en el estado: su intención de convertirse en el próximo dirigente estatal del PAN.

Que “El Truko” busque dirigir al partido no sorprende. Lo que sí resulta intrigante es la misión que pretende emprender: levantar al PAN de la lona.

Porque hay que decirlo sin rodeos: desde que Francisco García Cabeza de Vaca perdió la gubernatura frente a Morena, el PAN fue borrado prácticamente del mapa político de Tamaulipas. Su estructura se fracturó, sus cuadros se dispersaron y su militancia quedó reducida a un puñado de nostálgicos que todavía creen en el azul.

En ese escenario desolador, Verástegui representa quizás la última carta con algún valor. Su figura mantiene cierto arrastre en el sur y en parte del altiplano; es un hombre que sabe hacer política de tierra, de contacto directo. Pero esa cualidad, por sí sola, no alcanza para reanimar a un partido que luce moribundo.

La condición indispensable para que su eventual proyecto tenga posibilidades mínimas de éxito sería un deslinde absoluto de Francisco García Cabeza de Vaca. Y esa es la encrucijada. Porque Cabeza de Vaca, guste o no, todavía es el fantasma que recorre al panismo tamaulipeco, un lastre que lo hunde y al mismo tiempo un factor de control que impide su renovación.

¿Está dispuesto “El Truko” a romper con su viejo aliado? ¿Será capaz de trazar una línea clara que lo separe del exgobernador? Ahí radica la incógnita principal.

Pero hay otra aún más inquietante: ¿aceptará Cabeza de Vaca hacerse a un lado? La pregunta parece más retórica que real, porque si algo ha demostrado el exmandatario es su incapacidad de soltar el poder, incluso en la derrota.

En política, el exceso de control puede ser tan tóxico como la ausencia de liderazgo. El PAN en Tamaulipas está atrapado en esa paradoja. Mientras García Cabeza de Vaca insista en ser el dueño del partido, cualquier intento de rescate estará condenado al fracaso.

Si Verástegui logra liberarse de esa tutela, podría al menos darle oxígeno a una estructura que se asfixia. Pero si opta por la sumisión, entonces su gestión no pasará de ser un capítulo más en la crónica de la decadencia panista.

Lo que hoy se juega no es simplemente una dirigencia estatal. Es la posibilidad de que el PAN conserve algo de vida institucional o, de plano, se convierta en un cascarón vacío, útil únicamente para negociar candidaturas testimoniales.

Y la militancia lo sabe. Los pocos que se reunieron en Tampico no fueron únicamente a respaldar a “El Truko”; fueron también a medir si todavía hay esperanza de reorganización o si es hora de migrar a otros proyectos.

El PAN ya no tiene margen para la simulación. La derrota de 2022 y los resultados posteriores dejaron claro que su influencia se diluyó casi por completo. Hoy no gobierna el estado, perdió la mayoría de sus bastiones municipales y en el Congreso local es apenas un actor marginal.

En ese contexto, seguir dependiendo de los designios de Cabeza de Vaca sería el equivalente a encadenarse a un barco que se hunde. Lo sabe Verástegui, lo saben los alcaldes panistas que todavía sobreviven y lo sabe, incluso, la propia ciudadanía que ya no ve en el PAN una opción de cambio.

La gran paradoja es que el único hombre que podría rescatar al partido es también el mismo que, si no se deslinda, terminará sepultándolo en la irrelevancia.

De ahí que la pregunta no sea si “El Truko” quiere o no ser dirigente, sino si se atreverá a serlo con independencia real. Porque de nada sirve ocupar la silla azul si las decisiones siguen dictándose desde un exilio dorado en Texas.

El panismo tamaulipeco enfrenta un dilema existencial: o se reinventa bajo un liderazgo autónomo, o se resigna a convertirse en un espectro más de la política local.

Y si nada cambia, si todo queda en simulación y complicidades, el único futuro que le espera al PAN será el del ridículo. El de un partido que alguna vez tuvo el poder en sus manos, pero que terminó reducido a anécdota por su propia miopía.

ASI ANDAN LAS COSAS.

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