CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Volver al tema del campo tamaulipeco no es insistencia caprichosa. Es una necesidad dictada por la realidad: la crisis agropecuaria en el estado no solo persiste, sino que se agrava a un ritmo alarmante ante la mirada indiferente del gobierno federal.
Lo que se vive en el norte de Tamaulipas —y en buena parte del estado— es una emergencia productiva que amenaza con extinguir al sector social del campo.
De acuerdo con Agustín Hernández Cardona, presidente de la Unión Regional Agrícola del Norte, cada año quedan sin sembrar al menos 50 mil hectáreas de tierras agrícolas. Sus propietarios, en su mayoría pequeños productores, carecen de recursos para trabajar la tierra y tampoco encuentran arrendatarios interesados, debido a la pérdida de rentabilidad del sector.
A la fecha, estima que ya hay cerca de 200 mil hectáreas ociosas, una cifra que crece con cada ciclo agrícola.
El impacto de esta parálisis es evidente en la caída de la producción de granos. En el ciclo otoño-invierno que acaba de concluir, apenas se cosecharon un millón 200 mil toneladas: un millón de sorgo y 200 mil de maíz.
Hace no más de una década, Tamaulipas alcanzaba cifras cercanas a los tres millones y medio de toneladas, con una sólida posición como primer productor nacional de sorgo. Hoy, esas cifras pertenecen al pasado.
La crisis no es consecuencia del clima, sino del abandono. Según Hernández Cardona, la situación comenzó a deteriorarse hace seis años, cuando el gobierno federal eliminó los programas de subsidio al campo. Desde entonces, cientos de productores han abandonado la actividad, arrastrados por la falta de apoyos, encarecimiento de insumos y la nula oferta de crédito. “Lo que nos está matando no es la sequía, es la indiferencia institucional”, advierte el dirigente.
El gobierno estatal ha intentado llenar el vacío, pero enfrenta limitaciones presupuestales. “No tienen las suficientes canicas”, resume Hernández Cardona. Y en la Federación, la esperanza de un viraje en la política agropecuaria es inexistente. Los productores ya no piden subsidios; se conformarían con tener acceso al crédito.
“Aunque sea caro, pero que haya”, señala. La alternativa ideal, apunta, sería el regreso de un banco rural que financie la producción como en décadas pasadas.
En un acto de desesperación, productores agrícolas han comenzado a bloquear carreteras en la frontera norte del estado. Las protestas no buscan confrontación, sino visibilizar el abandono al que ha sido condenado el agro tamaulipeco. Se trata de un grito de auxilio que, hasta ahora, no ha encontrado respuesta.
El tiempo se agota. Cada ciclo perdido significa más tierras improductivas, más productores quebrados y menos alimentos en las mesas. No se trata de una crisis sectorial: es un problema estructural con implicaciones sociales, económicas y de seguridad.
El campo no puede esperar a que el sistema político reaccione por inercia; necesita decisiones urgentes y responsables.
Es indispensable que el gobierno federal abra los ojos y entienda que está frente a una tragedia inminente. No hay mañana posible para el campo sin crédito, sin respaldo y sin visión. Lo que hoy se deje de sembrar, mañana no se podrá cosechar. Y cuando el agro desaparezca, será demasiado tarde para salvarlo.
El campo está al borde del colapso. Lo que antes fue motor económico y orgullo regional, hoy es una actividad en ruinas.
ASI ANDAN LAS COSAS.