SINGULAR.

Por: Luis Enrique Arreola Vidal.

En la política, como en el ajedrez, el maestro no siempre mueve primero.

Pero cuando lo hace, su jugada no es al azar: es la antesala del jaque mate.

Y en Tamaulipas, esa jugada ya comenzó.

Una ola silenciosa —verde, estratégica, quirúrgica— comienza a elevarse con una fuerza que amenaza con barrer el tablero electoral rumbo a 2027 y 2028.

No se trata de protagonismo gratuito ni de casualidades mediáticas.

Es la convergencia de estructura, hartazgo social, vacío de poder… y una brújula que no ha perdido el norte.

Mientras Morena se consume entre escándalos, rupturas internas y justificaciones torpes, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) construye con método, con rostro y con territorio. Y eso, en política real, es lo único que cuenta.

Desde septiembre de 2024, Eugenio Hernández Flores, exgobernador de Tamaulipas, ocupa la Secretaría de Operación Política del Comité Ejecutivo Nacional del PVEM.

Aunque no participa directamente en la política local, su influencia se respira en cada movimiento del partido en el estado.

No necesita estar al frente; su legado lo está. Y su sello es visible en la operación fina, en las alianzas discretas, en la lectura correcta del momento político.

El liderazgo operativo recae hoy en Manuel Muñoz Cano, dirigente estatal del Verde, quien ha puesto en marcha una estrategia sin precedentes: reactivación de comités municipales, designación de coordinadores en regiones clave como Nuevo Laredo, y una meta clara: 50 mil afiliados activos antes del 2027.

Mientras el resto de los partidos improvisa, el Verde arma estructura. Donde el PAN se desangra por el legado de Cabeza de Vaca y Movimiento Ciudadano no termina de cuajar fuera de sus burbujas digitales, el Verde construye en el terreno.

No lo hace desde la retórica, sino desde el territorio. Reutiliza lo que otros abandonaron.

La estructura residual de SEDESOL, por ejemplo, ha sido reactivada para dar músculo comunitario. Y lo hace sin deberle favores a alcaldes, sin rendirle cuentas a caciques, sin necesitar alianzas simbólicas. Es un partido en expansión real.

Pero esta historia no empezó aquí. En Chiapas, en el año 2012, tres tamaulipecos —Manuel Muñoz Cano, David Araujo Guerra y Francisco Cruz Vela— fueron piezas clave en la operación electoral que llevó a Manuel Velasco a la gubernatura.

Lo que hoy se empieza a replicar en Tamaulipas es producto de esa experiencia ganadora: estructura territorial, discurso de contraste y ejecución quirúrgica.

No es una improvisación: es una fórmula que ya funcionó en uno de los estados más complejos del país.

Hoy, el Verde en Tamaulipas no solo está creciendo: está forjando un semillero de operadores probados, una nueva generación que entrevera la juventud que vende con la experiencia que apalanca.

Es una camada política distinta, donde la frescura de nuevos liderazgos no excluye la solidez de los que ya ganaron batallas.

No hay lucha generacional, hay sinergia. No hay improvisados: hay formación.

La ventana de oportunidad está abierta de par en par. Morena en Tamaulipas huele a desgaste. A escándalos de corrupción, a funcionarios con visas retiradas, a vuelos privados inexplicables, a gobernabilidad que pende de alfileres.

La narrativa del cambio ya no convence. Y la oposición tradicional está herida o desfondada. El PAN sigue oliendo al pasado. MC apenas es una aspiración. Mientras tanto, el Verde toma aire, se alimenta del hartazgo ciudadano y se posiciona como una opción estructurada, viable y limpia.

Pero la diferencia no solo está en el diagnóstico, sino en los rostros. Hugo Reséndez Silva, secretario del Ayuntamiento de Ciudad Victoria, figura joven y operativa, encabeza las preferencias en la capital con más del 50% en sondeos recientes.

Su trabajo desde las juventudes, deporte, sociedad civil, clase política y comunidad le ha dado una base real, no inflada por algoritmos.

En el norte, Héctor Canales, exdiputado y excandidato a la alcaldía de Nuevo Laredo, representa un cuadro con experiencia y cercanía con liderazgos regionales como Yahleel Abdala, y en los juegos de la vida todo puede pasar.

En Reynosa, la fuerza territorial de Maki Ortiz y su hijo Carlos Peña —que suman más de 12 años de control político— completa un triángulo de poder con base, territorio y votos.

Sin reflectores, opera también el tamaulipeco César García Coronado, uno de los arquitectos electorales detrás del triunfo de Ricardo “El Pollo” Gallardo en San Luis Potosí.

Este es el nuevo mapa político. Victoria, Reynosa y Nuevo Laredo no son solo puntos geográficos: son las puntas de lanza de una estrategia electoral que se cuece a fuego lento.

Y todo esto ocurre mientras el Verde conserva su alianza nacional con la 4T, pero mantiene independencia táctica en el estado.

Es decir: tiene respaldo federal sin arrastrar los errores del gobierno local.

Además, sabe leer la cultura política. Mientras Morena justifica “corridos tumbados” como folclore escolar, el Verde impulsa discursos de orden, legalidad y sustentabilidad.

No es un detalle menor. Es una narrativa de contraste que puede conquistar al votante moderado, al profesionista, a la madre de familia harta del caos y al joven que no quiere repetir los errores de sus padres.

El calendario juega a su favor. Las elecciones municipales y locales de 2027 son el trampolín ideal para medir fuerza real, y llegar al 2028 con legitimidad, músculo territorial y poder de negociación.

Si el Verde gana territorio, no necesitará rogarle a nadie. Podrá elegir: o impone condiciones a Morena, o lanza su propio candidato a la gubernatura, o encabeza una gran alianza con Movimiento Ciudadano y otros actores incómodos del sistema.

En todos los escenarios, el Verde ya dejó de ser comparsa.

Su reto ahora es sostener su diferenciador: la limpieza. No volverse una “franquicia electoral” más. No ceder a los clanes. No repetir la lógica de la ambición sin proyecto.

Tiene estructura, nombres, legitimidad y timing. Solo necesita una narrativa que enamore sin mentir. Y que convenza sin disfrazarse.

El verdadero peligro para Morena no es perder a un aliado estratégico.

Es enfrentar a un rival que aprendió sus tácticas —movilización social, base popular, discurso anticorrupción— pero que no adoptó sus vicios: improvisación, soberbia y saqueo.

Como ocurrió en Durango, donde la confianza morenista costó la gubernatura, Tamaulipas podría ver cómo una ola secundaria —aparentemente menor— se convierte en marea dominante. Aquí también podría repetirse la historia: quienes subestiman al Verde podrían terminar tragados por él.

La partida ya está en marcha. Y todas las piezas —incluso las que no se ven— apuntan a lo mismo:

El Verde no viene a participar. Viene a ganar.

Y Tamaulipas lo va a sentir.