CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA

La inconformidad entre los elementos de la Guardia Estatal de Tamaulipas no es nueva, pero sí cada vez más profunda… y peligrosa.

Durante años, los agentes han soportado trabajar con carencias graves en materia de equipamiento, armamento, movilidad, prestaciones y seguridad social. Hoy, ese malestar acumulado está a punto de romper el silencio.

El detonante ha sido el deterioro creciente de las patrullas, muchas de ellas convertidas en verdaderos ataúdes rodantes. Un vehículo en mal estado no solo impide perseguir al crimen, también pone en riesgo la vida del uniformado.

A esa precariedad se suma el armamento obsoleto. Los policías estatales patrullan con armas vencidas por el tiempo, mientras que sus adversarios del crimen organizado portan fusiles de asalto, visores térmicos y chalecos de nivel militar.

Es una lucha desigual. Una lucha que ni siquiera debería permitirse en esas condiciones.

Los agentes saben que enfrentan no solo al crimen, sino también al abandono institucional. Y ese abandono, dicen, ha llegado al límite.

Uno de los reclamos más sentidos es el pago irregular de viáticos y compensaciones. Hay quienes reportan retrasos de semanas y hasta meses. Otros aseguran que han tenido que costear de su bolsillo gasolina, hospedaje o alimentación durante comisiones oficiales.

También persiste la queja histórica sobre los seguros de vida. Cuando un agente cae en cumplimiento del deber, su familia queda a la espera de un apoyo que, en muchos casos, tarda meses o incluso años.

Esa indiferencia institucional se convierte, a fin de cuentas, en otra forma de violencia.

Durante la gestión del anterior secretario de Seguridad, Sergio Hernández Chávez, las inconformidades fueron reprimidas con mano dura. A quienes se atrevían a alzar la voz se les amenazaba con plazas de castigo, actas administrativas o despido fulminante.

Incluso el personal administrativo sabía que cualquier crítica podía traducirse en traslado forzoso a zonas alejadas, como mecanismo de presión para forzar renuncias.

Por eso el malestar se fue cocinando en voz baja, en pasillos, en chats privados, en susurros. Pero ahora empieza a salir a la superficie.

Hay agentes que ya hablan de un posible paro de labores. No es solo por los salarios. Es por la dignidad. Es por el riesgo cotidiano. Es por el hartazgo.

Con la llegada del general, Carlos Arturo Pancardo Escudero, como nuevo secretario de Seguridad, los elementos ven una oportunidad de cambio. Lo respetan por su formación militar, pero esperan que no se convierta en otro jefe lejano a la tropa.

Quieren que los escuche. Que los mire. Que entienda que no se puede combatir al crimen con voluntad solamente, sino con herramientas, respaldo y justicia.

Es urgente un diagnóstico serio sobre las condiciones en que operan las fuerzas estatales. Y más urgente aún, una estrategia de dignificación real.

Los policías no piden lujos. Piden respeto, equipo y certezas. No son intocables, pero tampoco desechables.

Lo más grave es que la falta de equipamiento, los bajos salarios y las prestaciones inciertas se han convertido, en muchos casos, en el pretexto perfecto para justificar la corrupción. Esa vulnerabilidad, generada desde el abandono institucional, abre la puerta al control del crimen organizado sobre mandos y operativos. Una Guardia desatendida es, también, una Guardia en riesgo de contaminarse.

La seguridad de Tamaulipas no puede descansar sobre los hombros agotados de una Guardia Estatal desatendida y hostigada.

Queda claro: no hay paz posible si quienes deben garantizarla caminan solos, a oscuras, sin escudo, sin respaldo… y en silencio.

EL RESTO.

SIN PADRINOS.- El presunto “retiro” de Ricardo Monreal y la tormenta que empieza a envolver a Adán Augusto López tienen con el alma en un hilo a más de un morenista en Tamaulipas. Y no es para menos.

Varios alcaldes en funciones y actores de segunda línea construyeron su sobrevivencia política bajo la sombra de esos dos padrinazgos, a veces más confiados en sus respaldos que en su propio desempeño.

Hoy, con el tablero nacional reacomodándose, ese amparo político empieza a desvanecerse… y con él, su sentido de impunidad.

El problema no es que pierdan aliados en el centro. El verdadero lío es que algunos de esos presidentes municipales, sintiéndose intocables, se atrevieron a confrontar al gobernador del estado. Apostaron mal, midieron mal… y ahora, con los puentes incendiados, se enfrentan solos a la intemperie del poder.

En política no hay retiros inocentes ni tormentas sin consecuencias.

ASÍ ANDAN LAS COSAS.

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