Dr. Jorge A. Lera Mejía.
Investigador por UA Tamaulipas. Nivel 2 del SECIHTI. Columnista Financiero.
Desde enero, el presidente Donald Trump ha retomado su estrategia arancelaria como herramienta clave de política exterior y negociación comercial. Esta estrategia, caracterizada por amenazas constantes de aumentos tarifarios seguidas de aplazamientos o cancelaciones parciales, ha generado un entorno de incertidumbre tanto a nivel local como internacional.
Aunque inicialmente parecía formar parte de una táctica de presión sin mayores consecuencias, los datos más recientes muestran que los aranceles han aumentado de forma efectiva desde principios de año y comienzan a tener impactos económicos reales.
A lo largo del 2025, Trump ha amenazado con imponer aranceles a diversos países, entre ellos México, Canadá, China y miembros de la Unión Europea, utilizando estos anuncios como instrumento para obtener concesiones en temas que van desde la migración hasta el comercio agrícola y la propiedad intelectual. No obstante, lo que comenzó como una política de disuasión se ha ido materializando en hechos concretos. En abril se estableció un arancel global mínimo del 10% para la mayoría de los bienes importados, con incrementos específicos de hasta 50% en productos estratégicos.
Este tipo de medidas ha tenido un impacto directo sobre sectores como el textil, el tecnológico y el automotriz, destacando el caso de los aranceles a la ropa que rondan el 48% para productos femeninos y 39% para masculinos.
Pese a la retórica política de proteger la economía nacional, los costos reales de esta política recaen principalmente en los importadores y consumidores estadounidenses. Las empresas que dependen de insumos extranjeros han visto aumentar drásticamente sus costos operacionales.
Esta situación está empezando a reflejarse en los precios al consumidor. En junio, la inflación subió al 2.7%, la más alta en más de un año, mientras algunos analistas advierten que este aumento puede acelerarse en la segunda mitad del año si se implementan las nuevas tarifas previstas para agosto.
En lo que respecta a indicadores macroeconómicos, los efectos aún no han sido devastadores, aunque ya se observan señales de debilitamiento. El crecimiento económico de Estados Unidos ha comenzado a desacelerarse. Mientras a inicios de año se esperaba un crecimiento del PIB de entre 2.1% y 2.8%, las últimas proyecciones del FMI lo ajustaron a solo 1.7%. A pesar de esto, el desempleo se mantiene estable y los mercados bursátiles continúan mostrando resistencia, aunque con una creciente volatilidad ante cada anuncio de nueva medida comercial.
A nivel internacional, estas políticas también han generado fricciones con socios estratégicos. México y Canadá, altamente dependientes del comercio con Estados Unidos, han visto disminuir sus tasas de crecimiento y enfrentan presiones fiscales y comerciales que podrían conducir a una recesión. Las amenazas arancelarias también han provocado movimientos en las cadenas globales de suministro, con empresas buscando nuevos proveedores o relocalizando operaciones para evitar los costos crecientes del comercio con Estados Unidos.
Esta política arancelaria se ha transformado en algo más que un instrumento de presión coyuntural y se está convirtiendo en una estrategia estructural con impactos cada vez más visibles. Si bien ha generado ciertas concesiones diplomáticas, también ha introducido costos económicos significativos y ha elevado la incertidumbre tanto en el ámbito empresarial como en la economía global. Aunque en el corto plazo la economía estadounidense parece mantener cierta estabilidad, los efectos acumulativos de esta guerra arancelaria podrían volverse más notables, especialmente si se concretan nuevas rondas de aranceles como las planeadas para agosto de 2025 de un 30%.